ELECCIONES EN COLOMBIA Y MÉXICO; DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA

Genoveva Alemán

En días pasados Colombia y México tuvieron procesos electorales para elegir a sus respectivos presidentes de país. Ambos fueron procesos que generaron alta expectativa por lo que se encontraba en juego, sobre todo, por la importancia de ambas naciones en el contexto latinoamericano y por el nivel de relación que tienen con Estados Unidos. Cada elección tuvo un desenlace diferente que en apariencia serían dos caminos diametralmente opuestos, aunque en la realidad, son dos caras de la misma moneda.

A DÓNDE FUE EL PROGRESISMO
El materialismo histórico nos permite elaborar análisis que se sustentan en una teoría general de la historia, sin que esto signifique caer en las absurdas críticas que se le hacen de imponer un reduccionismo o una forzada generalidad de la realidad social, lo que no permita visualizar las particularidades propias de cada caso, que es lo que al final nos explica y nos permite comprender mejor, los desenlaces de ambas elecciones.

Colombia y México son aún considerados dentro del espectro latinoamericano de países sin una transición a gobiernos “progresistas” “de izquierda” o como los caracterizaría en su momento James Petras, como la “ola rosa”. Gobiernos que en su momento irrumpieron en Brasil con Lula da Silva, Néstor Kirchner en Argentina, Tabaré Vázquez en Uruguay, en Bolivia con Evo Morales, Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, Mauricio Funes en El Salvador, Manuel Zelaya en Honduras, Fernando Lugo en Paraguay y a la cabeza de ellos se ubicó la Venezuela de Hugo Chávez.

Por su importancia geopolítica, por la calidad de las relaciones que sostienen con Estados Unidos y el nivel de sus economías en América Latina, Colombia y México son referentes indiscutibles para comprender la historia actual de la región y que su falta de transición hacia una política “progresista” o de “centro izquierda” refleja la contundencia del control y sumisión de sus gobiernos a la política exterior de Washington, esto tampoco implica de facto, que los demás países, incluyendo los que ya tuvieron o tienen experiencias progresistas, hayan logrado romper en definitiva el yugo dependentista.

Si bien cada país ha tenido su propio desarrollo particular encontramos tendencias generales que nos permiten comprender las pautas de sus historias, ambas son naciones inmersas en contextos políticos y sociales complejos, sociedades bajo el hartazgo de la corrupción, el narcotráfico y sus vínculos con el poder, la violencia sistemática impuesta por el estado, la falta de credibilidad en sus instituciones, incluyendo la electoral, así como un estancamiento estructural de sus economías que dependen de la lógica comercial impuesta desde el norte.

Es una realidad innegable que los orígenes de estas problemáticas son diametralmente opuestos y que las consecuencias de descomposición social se miden en niveles diferenciados. Cada nación ha atendido a sus propias características pero lo que tampoco puede negarse es la forma en que no se ha permitido una transición más radical de sus procesos sociales, es decir, la lucha en las calles no logra imponer sus directrices al gobierno por lo que las vías electorales toman mayor relevancia y se convierten en única opción de cambio.

COLOMBIA, LA APUESTA POR LA DERECHA
El triunfo de Iván Duque, que requirió ser refrendado en una segunda vuelta dado el estrecho margen de diferencia con el candidato identificado como de “izquierda” Gustavo Petro, dejó en claro que Colombia se resiste a dar paso a una transición, aunque sea esporádica a un progresismo velado por Washington. El conservadurismo de los grupos políticos encabezados por el expresidente Uribe Vélez cierran la puerta a toda posibilidad de negociación de centro y más aún de izquierda. Los recientes acuerdos de paz están en un callejón sin salida ante un Duque que responde en todo momento a la lógica uribista, donde la “paz” se desarrolla en condiciones de sangre y fuego.

Una Colombia que durante más de siete décadas enfrentó un proceso de guerra interna entre grupos insurgentes y el estado respaldado por las oligarquías, el narcotráfico y grupos de terratenientes que han dominado históricamente el país, se enfrenta ahora a un nuevo escenario donde la violencia sistemática de asesinar dirigentes sociales, líderes campesinos y obreros, defensores de derechos humanos y territoriales no sólo continúa, sino que ha aumentado frente a una balanza sin contrapeso alguno y no sólo por la salida del escenario político de la insurgencia, sino porque en la vía electoral el progresismo de Petro fue derrotado.

La firma de los acuerdos de paz en La Habana entre el estado colombiano y la guerrilla de las FARC-EP comienza a mostrarse como una rendición incondicional del grupo insurgente. Los grupos paramilitares continúan operando, siguen asesinando, la violencia no cesa y ahora han logrado retomar aquellos territorios que se encontraban controlados por la insurgencia y que poco a poco han sido entregados a las grandes trasnacionales que van por el saqueo rapaz de los recursos naturales y humanos de Colombia, en pocas palabras, se regresó a las causas que dieron origen al conflicto armando desde mediados del siglo pasado, donde todo el camino recorrido parece fue en vano pero con altos costos para el pueblo colombiano.

Una Colombia cuyos grupos de poder y respaldo imperial no permitirán, al menos en su historia inmediata, una opción progresista o centrista, se continúa apostando al conservadurismo que propone avanzar aún más en las tareas neoliberales pendientes, que propone seguir siendo el alfil del imperio en la región, incluyendo ahora ser cabeza de playa con el ingreso de Colombia a la OTAN, es decir, Colombia apostó por una continuidad de la política belicista y sin tregua que se ha desarrollado desde el arribo de Uribe Vélez al poder en el 2002.

MÉXICO, LA EUFORIA VS LA REALIDAD
Pocos días después de conocer el resultado presidencial en Colombia, México tuvo sus elecciones presidenciales; dicho en palabras del Consejero Presidente del INE, Lorenzo Córdova Vianello, fueron “las elecciones más libres de nuestra historia”. Las semejanzas frente al proceso colombiano se muestran en el hartazgo de la población frente a la violencia y la sistemática crisis económica, pero el viraje que dio el pueblo de México al impulsar contundentemente la elección de Andrés Manuel López Obrador en nada se asemeja al proceso sudamericano, aunque tampoco muestra un giro tan radical como se puede aparentar.

La campaña de miedo que aún permea en esferas de la población acerca del “socialismo” que impondrá Obrador, aún pesa en ciertos sectores aunque éstos no fueron de peso para darle un giro al resultado electoral. En el mundo se dio a conocer la noticia del arribo de la “izquierda” al gobierno en México, donde sin duda son importantes y necesarias las caracterizaciones para ubicar a Obrador más en una posición centrista. Esto no es resultado de un romanticismo de izquierda o una pelea por definiciones conceptuales, sino que es el resultado real de sus propios planteamientos en materia de política económica, de la integración amorfa de su gabinete y de alianzas políticas tan inexplicables, sobre todo para la base de MORENA, que responden más a un elenco impuesto para entonces dejarle actuar en el gran escenario, al final, la lógica impuesta desde el norte parece que sigue en pie.

El hartazgo del pueblo de México se mostró en una de las más altas participaciones electorales que se hayan visto en los último años, aproximadamente un 64% según datos del INE, pero también, en inclinar la balanza prácticamente a un triunfo contundente de MORENA muestra que la población busca probar esa opción de cambio tan mencionada desde hace 12 años atrás y que siendo críticos es algo que en poco molestaría al imperio, es decir, apostar por agotar un proceso progresista lo más pronto posible, para entonces retornar a un mayor conservadurismo.

La historia reciente de América Latina nos ha mostrado, dentro de las teorías generales de la historia, que si un proceso “progresista” o de “centro-izquierda” que arriba electoralmente y respaldado o no popularmente en las calles, puede fracasar rotundamente cuando éste no da mayor espacio a esa movilización que lo llevó al poder, sino logra trascender su propuesta política inicial a un proceso más radical de izquierda, este proceso comenzará un viraje hacia el conservadurismo, para ejemplos recientes, ver el caso ecuatoriano, argentino, chileno, hondureño, etc.

Las amplias facilidades que se le han brindado a López Obrador desde el anuncio de su triunfo por sus dos principales contendientes, Anaya y Meade reconociendo su triunfo antes que la instancia oficial para ello, es decir, antes que el INE; pareciera mostrar un escenario previsto ampliamente, estamos viviendo un tiempo ensayado, que si bien es sostenido por la amenaza de un descontento social desbordado ante cualquier intento de fraude, también nos muestra un escenario en apariencia previsto en todas sus posibilidades.

Pareciera que la consigna llega desde el norte al dejar el camino sin obstáculos para dar paso a la transición progresista en México, dar posibilidad a un gobierno que posee inicialmente un alto margen de legitimidad y legalidad propia del estado y que no representa, al menos hasta este momento una amenaza o ruptura con el imperio. De este modo es que toma mayor fuerza la idea de que aunque los resultados en esencia son diferentes en las elecciones de Colombia y México, el imperio impone su lógica, el régimen capitalista triunfa mostrando que le es posible coexistir con dos rumbos diferenciados pero que al final son las dos caras de una misma moneda.


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