Por Casandra Villanueva
Miércoles 3 de octubre 2018, Guanajuato.
Desde que Rosas Rojas convocó a una concentración en Guanajuato comenzamos a movilizarnos para llevar a cabo la organización y todos los días previos a ella fueron días ligeros por sentir tanta unidad y apoyo entre las compañeras. En las redes se visualizaba una gran difusión, así como buenas y malas respuestas, pues en un lugar tan conservador como lo es Guanajuato esa dicotomía imperante estaba implícita desde antes de comenzar los preparativos pero ninguna de las compañeras retrocedió, al contrario, todos nuestros esfuerzos cobraban más fuerza conforme se acercaba el día de la concentración.
El día previo a la concentración, comenzaron a sentirse unos nervios de emoción que hacían vibrar cada recoveco; entre todas y todos los presentes la colaboración era interminable y las lluvias de ideas se convertían en algo que comenzaba a resonar en todas partes.
Entre pañuelos verdes, carteles que contenían lo que retumbaría más tarde y el espíritu de lucha, exigencia y empatía se reunieron para crear el estruendo más fastuoso e impresionante pocas veces visto y sentido con tanta intensidad en Guanajuato. Un grupo de compañeras comenzamos a caminar rumbo a lo que sería el punto de concentración con todas las demás personas que se sumarían. Desde el primer paso en la calle comenzamos a levantar los carteles, a mostrar nuestras frases y nuestra fuerza levantando la voz en nombre de todas, en especial las que nunca tuvieron oportunidad de gritar, ni de decidir con seguridad, y que por dicha causa ya no están pero que fueron también parte fundamental en esta unión de fuerzas.
Mientras caminábamos al punto de encuentro, todas las personas volteaban a ver a esas chicas de pañuelo verde amarrado al cuello y al darse cuenta del motivo, algunas nos veían con expresión de asombro muy notorio mientras que otras personas ya nos esperaban y nos recibían con un aplauso, un gesto de apoyo o una mirada de admiración por semejante valentía.
Llegamos a la Plaza de la Paz en la que ya se encontraban más compañeras recibiéndonos con un vitoreo que hacía temblar hasta el último callejón. Repleto de mujeres, algunos hombres, niños, niñas y hasta compañeros perrunos en lo que sería la presencia más visceral del lugar. Enfrente de nosotras se encontraba la tan afamada iglesia de la Basílica, la más emblemática de la provincia, y como era de esperarse, justo afuera se encontraban personas rezando bajo una carpa de color blanco y por supuesto, rezaban por el ‘’fin del aborto’’ lanzándonos una mirada exasperada; toda persona que se encontraba bajo esa carpa portaba un pañuelo azul y globos del mismo color, todo perfectamente combinado para exigir opresión hacia el derecho de decidir sobre nuestros cuerpos.
Mientras nos acercábamos a nuestras demás compañeras, los ‘’pro-vida’’ continuaban sus rezos y cantos religiosos. De pronto un sujeto con su máscara de autoridad se acercó y con aires de no darnos otra opción nos pidió que tuviéramos cuidado con el monumento de la Plaza de la Paz y que no hiciéramos tanto ruido con el megáfono. ¿Por qué los ‘’pro-vida’’ tenían hasta bocina, micrófono y nadie les decía nada? Sí, así es esa parte injusta de la localidad.
Posteriormente nos trasladamos cerca de ahí a un espacio más extenso para estirar nuestras mantas, mostrar nuestros carteles para que llegaran a verse hasta desde las estructuras más altas y expandir nuestras voces transmitiendo la libertad más pura y palpable nunca antes vista, materializándose en frases gritadas a los cuatro vientos y a las mujeres que quisieran sumarse a esta lucha.
Se materializó en historias verídicas, en testimonios crudos contados a través del megáfono, se materializó en pequeñas danzas mientras sonaban canciones con letras dedicadas a todas esas mujeres que día a día se enfrentan contra el mundo, contra quienes quieren negar y disminuir su existencia. El ambiente colorido se percibía desde muy lejos.
Conforme avanzaba la tarde se sumaban más compañeras y después de un largo rato decidimos trasladarnos a las escalinatas del Teatro Juárez, y al pasar nuevamente por donde se encontraban los ‘’pro-vida’’ se formó un encuentro magistral; nos detuvimos por un momento para darles la cara, para mostrar que nos habíamos despedido del miedo desde hace tiempo y ahora solo salía de nuestras entrañas la lucha por nuestros derechos. Sus rezos y cantos transmutaban únicamente en más fuerza para nosotras, para gritar más fuerte, para no dejarnos, para efectivamente sacar sus rosarios de nuestros ovarios. Nos colocamos afuera del Teatro y nuestra presencia había alcanzado tal magnitud que todo el que pasaba quedaba perplejo; se unían más personas e incluso se nos unió el Cura Hidalgo. Toda persona era bienvenida para seguir convirtiendo el momento en inolvidable.
Finalmente colocamos en el suelo información impresa, todo de fuentes sumamente confiables, para que quien quisiera se acercara y se diera el tiempo de leer un poco sobre los motivos que nos inspiraban a estar ahí. Aunque ya era hora de terminar, todas las compañeras queríamos pegar nuestros pies en el piso para echar raíces y seguir resonando.
Nuestra voz era infinita y se quedó impregnada en toda la ciudad, nuestra fortaleza ahora está en el aire, está en cada rincón y en cada mujer para que nunca olviden que sí son dueñas de su cuerpo, que no le pertenece al Estado ni a la Iglesia ni a nadie más que a ellas, que tienen todo el poder sobre ese organismo grandioso que habitan para que nunca se dejen arrinconar y no dejen de sostenerse de los derechos que merecen y que siempre han merecido pero que la preponderante tiranía del Estado, la Iglesia y del patriarcado nos ha arrebatado. Y esto es solo un poco de todo lo que aún nos falta para hacernos escuchar porque somos muchas y somos lucha.
Ni madre por deber, ni presa por abortar, ni muerta por intentar.
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