Se llama Pamela, no “una más”

Por Isadora Fragoso

Las mujeres no “desaparecemos”, somos desaparecidas. México se ha vuelto un país sumamente peligroso para las mujeres, además de los feminicidios, las desapariciones de niñas y mujeres no sólo no se detienen, sino que van en aumento; mientras son invisibilizados y minimizados socialmente.

Se ha construido una atmósfera del miedo donde toda hora y lugar es un riesgo para las mujeres, con una guerra de baja intensidad que se desata en todo el país, pero tiene un especial enfoque de violencia en las mujeres. En este sentido, existen aspectos ideológico-culturales que sustentan la violencia sí, pero es menester tener presente que en cada caso de violencia machista o misógina no se trata de una anomalía social, sino de un síntoma estructural. Sistemáticamente se vulnera a las mujeres para ser víctimas de la violencia machista y misógina, con una normalización de ésta, legislaciones limitadas y una justicia ausente.

Guadalupe Pamela Gallardo Volante, tenía 23 años cuando fue desaparecida el domingo 5 de noviembre de 2017, mientras asistía a un evento de Soultech en el Ajusco, alcaldía Tlalpan, en compañía de su novio Jesús Zamora. Éste volvió a casa, pero ella no. Él, la última persona que la vio, en su declaración ante el Ministerio Público dijo que habían tenido una discusión, que se se separaron en el camino de regreso y que no sabía dónde se encontraba.  Hasta ahora no se le ha imputado ninguna responsabilidad o ligue con la desaparición.

El 2017, año en el que  desaparecen a Pamela ha sido inscrito como el más violento de la historia reciente de México. La violencia contra las mujeres en este año también tuvo un repunte brutal, con 914 asesinadas en 17 estados tan sólo en el transcurso de los primeros seis meses y más de 3 mil desaparecidas, contabilizadas por el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, en cinco principales entidades federativas: Estado de México, Jalisco, Colima, Guanajuato y Ciudad de México (CDMX). Durante este año la tendencia al alza de las desapariciones de mujeres fue enorme, con una mujer desaparecida cada cinco horas. En este marco es que se encuentra el caso de Pamela, dentro de los cientos de mujeres que fueron desaparecidas en el país durante ese año.

Pamela no es una cifra que se añade, es el reflejo de la violencia estructural y profunda que vivimos las mujeres en México. Ella, como tantas mujeres más, no es un caso aislado, se adscribe a la creciente ola de violencia machista y feminicida en el país que nos arrebata de  7  a 9  mujeres diariamente.

Nos desaparece y asesina el Estado por acción u omisión

El crecimiento exponencial de la violencia sistemática contra las mujeres tiene como causa un Estado patriarcal que perpetúa las condiciones estructurales que sostienen la violencia machista y misógina hacia las mujeres en sus diferentes expresiones. Donde, además, no hay justicia para las mujeres víctimas de feminicidio y no hay una búsqueda efectiva de quienes son desaparecidas.

En México como en tantos países más, la desaparición de niñas y mujeres está asociada estructuralmente a la trata de personas con fines de explotación sexual comercial y a los feminicidios. Existe un aproximado de 360 rutas de trata y 47 grupos criminales, identificadas por organizaciones civiles e independientes, que por ligues con, acción directa u omisión del Estado operan en total impunidad. La trata y tráfico de personas es una realidad para miles de mujeres que son desaparecidas en todo el mundo, y en México a pesar de existir intentos de políticas públicas para prevenir, sancionar y erradicar estos delitos siguen siendo una constante sistémica. En casos de niñas y mujeres que son desaparecidas, tristemente, no se puede descartar el que lo hayan sido para estos fines.

Pamela fue desaparecida en la Ciudad de México, donde existen legislaciones como la Alerta Amber o servicios estatales de la Procuraduría General de Justicia de la CDMX (PGJCDMX) como el Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA), recursos que no son funcionales en los hechos para atender los casos de desaparición, pues no se garantiza una búsqueda y localización inmediata de las niñas y mujeres desaparecidas como lo establecen en sus marcos legales. Se niega en estas instituciones públicas, además, el carácter de la crisis estructural de violencia, pues cuando una mujer es desaparecida y el hecho se reporta ante las autoridades, se tramitan las querellas como persona extraviada o ausente y no hay averiguaciones previas por desaparición ni por desaparición forzada. La PGJCDMX ha sido ineficiente desde que se abrió el caso de Pamela, entorpeciendo el proceso de denuncia al no actuar de inmediato conforme a protocolo, abriendo la carpeta de investigación para la Fiscalía Antisecuestro sólo después de que el procurador capitalino Edmundo Garrido cediera a la presión social más de un mes después de la desaparición, cambiar varias veces de Ministerio Público la denuncia de su desaparición, tardando 21 días −luego de levantada el acta en CAPEA− en autorizar una investigación de campo y siendo omisos en la búsqueda. A un año de la ausencia de Pamela sus familiares han denunciado que aún no hay avances en su localización.

Según el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED) entre enero de 2014 y abril de 2018 hay una cifra de 36,265 registros de desapariciones, de los cuales 9,327 corresponden a mujeres, 744 fueron vistas por última vez en la CDMX y las cifras más altas corresponden a edades entre los 20 y 34 años, y estos datos son correspondientes sólo a los casos denunciados, muchos más quedan además de en la impunidad, en desconocimiento. Asimismo, en un periodo de diez años, según datos de esta misma instancia, hubo un incremento exponencial de las niñas y mujeres reportadas como desaparecidas en todo el país, pasando de haber 154 en 2007 al reporte histórico de 2017 con 1,757 casos sólo en registros oficiales. Sin embargo, las cifras son sólo aproximadas, pues hay vacíos legales y fallos institucionales que hacen que cuando se desaparece a una mujer no se vincule de inmediato a proceso por desaparición y aunque existan protocolos no se activen de manera oportuna. Mientras tanto, en cada uno de los casos las familias de estas niñas y mujeres, como en el caso de Guadalupe Pamela, reciben tratos condescendientes e indiferencia en las instituciones públicas del Estado, siguiendo aún en búsqueda de verdad y justicia.

La violencia machista y feminicida se ha vuelto una constante, donde desde acosos y abusos se escalan a expresiones tales como las desapariciones y los feminicidios, con la impotencia e injusticia como la constante. Además, existe un sistema de justicia que revictimiza y estigmatiza a las mujeres que son desaparecidas o asesinadas, donde se carga la responsabilidad de la violencia a la víctima de ésta, y se pretende que la familia de estas mujeres no busque culpables, obstaculizando la búsqueda de la verdad con una absoluta negligencia institucional.

En cuanto a la justicia institucional, en este país no pasa de archivar “un caso más” y desgastar a los familiares de las niñas y mujeres que son desaparecidas por los largos e ineficaces procesos burocráticos. En este como en todos los casos de desaparición persiste una búsqueda y la exigencia de conocer de la verdad sobre dónde está Pamela, además de una justicia real. Son los mismos familiares quienes con sus propios medios buscan a las niñas y mujeres que son desaparecidas, primero en hospitales o morgues y luego la realidad de este país las lanza a hacerlo en fosas clandestinas, terrenos baldíos, esperar a que aparezcan tiradas en algún lugar o que nunca más aparezcan.

Es a partir de la presión social que casos como el de Guadalupe Pamela, Esmeralda Castillo, Mariela Vanessa y tantas más no quedan en el olvido, es esencial seguir con la visibilización y denuncia de la violencia sistemática que desaparece a las mujeres. Porque no, Pamela no desapareció, fue desaparecida. Y no sólo por una o varias personas, es desaparecida en y por un sistema profundamente violento y patriarcal.

Se llama Pamela y no una más, y así como ella, cada una de las niñas y mujeres que han sido desaparecidas o asesinadas por este Estado capitalista y patriarcal tienen un nombre, una historia y a quienes aún persiguen a la verdad y la justicia. Todas ellas no desaparecen, son desaparecidas, existen y tienen a alguien que las busca.

Nunca hay que olvidar que en México a quienes, como Pamela, son desaparecidas, se les quiere borrar de la memoria y convertir en una cifra más, pero estamos quienes seguiremos buscándolas y exigiendo justicia por ella y todas las niñas y mujeres desaparecidas o asesinadas que hay en este país.

En esta etapa de transición política es importante marcar en la agenda del nuevo gobierno el tema de la violencia hacia las mujeres como uno al que se le debe dar la atención pertinente, donde se dé una respuesta certera a las familias de niñas y mujeres desaparecidas o víctimas de feminicidio, no más respuestas paliativas. Sin embargo, el alcance de lo anterior es limitado, pues sabemos que la violencia es estructural, sustentada por un sistema capitalista y patriarcal.

Por eso desde RosasRojas seguiremos construyendo un Movimiento amplio de mujeres con independencia política que pueda hacer frente a esta violencia que en México sigue desapareciendo y asesinando a las mujeres, las que tienen un nombre y no dejaremos que sean llamadas una más.

¡Hasta encontrarlas!

 


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