Vianney RQ
Como casi todas las personas que vivimos lejos del centro de la ciudad y de los lugares en los que habitualmente nos encontramos, ya sea para trabajar, estudiar o simplemente para ver a nuestras amistades, tengo que tomar transporte público que me facilite la movilidad a dichos lugares. Pues bien, sobre ello, durante un buen tiempo comencé a sentirme un poco más segura al hacer mis traslados del oriente del Estado de México, Ciudad Nezahualcóyotl específicamente hacia la CDMX.
Verán, dentro del paradero del metro Pantitlán (que es el metro que más me conviene para poder llegar a cualquier punto de la ciudad) encontré una ruta de vagonetas que tienen unidades para uso exclusivo de mujeres, dicha unidad se va llena desde su punto de partida y no sube a nadie más a menos que quien haga la parada de igual forma sea mujer; la verdad es que había noches en las que mi cansancio por el día de trabajo era demasiado y pensar en formarme detrás de 20 ó 35 mujeres más, para después calcular la hora en que estaría llegando a casa luego de unos 65 ó 70 min. de viaje, muchas veces me resultaba desgastante pero lo prefería antes que seguir viajando en algún transporte “mixto”, corriendo el riesgo de que alguien subiera a robar o sentirme incomoda todo el camino por la cercanía con las otras personas (hombres sobre todo, pues había tenido ya experiencias previas donde estaban involucrados tocamientos sin mi consentimiento).
Pues bien, cuando pensé que mi mayor conflicto estaba por fin solucionado al momento de sentirme segura para poder llegar a casa, debo hablar de una situación más; resulta que, esta vagoneta que mencioné, me deja sobre una avenida que está a dos cuadras de mi casa, después de años de caminar la misma distancia dos veces al día, diría que no es prácticamente nada pero resulta que no es lo mismo caminar en plena luz del día que cuando el sol ya se ha metido y aunque no son más de 10 min. de caminata, resultan 10 min. sin la suficiente iluminación entre las casas como para identificar adecuadamente las sombras que por ahí pasan y asegurarme que sea algún vecino o conocido.
Al respecto, quien me conoce sabe que soy un poco distraída y a veces en la noche ya no veo muy bien, entonces en este tipo de situaciones, he tenido que adaptarme y optar por caminar a un ritmo más rápido de lo normal, me mantengo alerta forzando mi vista “de reojo” y poniendo mi oído al mil y aunque a veces caigo en cuenta de que seguramente me percibo un tanto “sospechosa”, sin ninguna duda prefiero eso que presentarme ante una situación en la que mi seguridad y vida se pongan en peligro.
Todo este plan estratégico, que estoy casi segura que se parece al de muchas de las mujeres que ahora me leen, no sirvió de nada cuando un viernes como a eso de las 9:30 de la noche iba de regreso a casa después de trabajar y ver a unos amigos, justamente aplicando las mismas estrategias que ya comenté, hablando conmigo misma en la mente y diciéndome que mis vecinos que habitualmente salían a la calle a tomarse la famosa “banquetera” (tomar un poco de cerveza en la entrada de la casa de alguno de ellos) para con ello dar inicio al fin de semana, aún no salían, en fin, no lo pensé porque en verdad quisiera verlos pero a veces pienso, es mejor “borrachos conocidos que aparentemente buenos por conocer”.
Las cosas cambiaron de un momento a otro cuando me encontraba caminando ya en mi cuadra, sobre la acera contraria a la mía por debajo de la banqueta, (hasta ese momento yo creía que era más probable que alguien pudiera llegar a arrinconarme contra la pared de cualquier casa) llevaba mis llaves en la mano y justo cinco casas antes de llegar a mi destino, vi que delante de mí se reflejaban las luces delanteras de un automóvil, en ese momento decidí hacerme a un lado para dejarlo pasar, sobre todo porque sabía que me correspondía caminar sobre la banqueta.
No sé en cuántos segundos pasaron pero lo que sentí después fue un golpe/ empujón lo suficientemente fuerte como para ponerme alerta y al darme media vuelta a forma de reacción, ya tenía a un lado este carro y me encontraba entre éste y una camioneta que hasta la fecha sigue estacionada en el mismo lugar de la cuadra; lo que sentí después fue como el conductor de dicho vehículo bajó su vidrio, sacó su brazo y alzándose lo suficiente para alcanzar su objetivo, metió sus manos entre mis nalgas…
Después de esto, el tipo (al que no le pude ver bien el rostro) subió su vidrio, retomó el camino sobre la cuadra y se alejó hasta dar la vuelta en la esquina; yo, lo único que pude expresar en ese momento fue un ligero “ay” y simplemente me quedé pasmada, no pude gritarle nada, no pude moverme de momento y después de que vi que dio la vuelta en la esquina, reaccioné, caminé los poco metros que me faltaban para llegar a casa, abrí el zaguán, salude a papá y subí a mi cuarto, ese lugar seguro y privado que a más de una nos funciona como guarida, de esa noche recuerdo que por mi mente pasaron mil cosas, entre ellas lo fácil que hubiera sido para aquel hombre subirme a ese automóvil y que aún estando a unos cuantos metros de casa, nadie se hubiera dado cuenta. Luego de eso, me quedé dormida llorando.
Ahora cuento y les comparto esta historia porque después de meses de haberlo vivido, tengo el valor para hacerlo y porque sé que mi experiencia no es única sino que al contrario, seguramente se parece a lo que muchas han pasado más de una vez; poco a poco me voy perdonando, me perdono porque a pesar de que fue alguien más quien me transgredió, quitó mi calma, se sintió con el derecho de lastimarme y tocarme, y se fue libre con la misma tranquilidad con la que hizo esto, yo al contrario, no paré se repetirme y reprocharme por qué no grite si estaba tan cerca de casa, por qué no avente cualquier cosa sobre ese auto y llamar la atención de mis vecinos y de mi familia para que entonces esa persona recibiera un escarmiento; me perdono por haberme cuestionado si fue por la forma en que iba vestida y que aunque sé que no fue así, hasta hoy día esa ropa se encuentra al fondo del ropero.
A propósito del día internacional por la erradicación de la violencia contra las mujeres, cuento esta experiencia porque me siento segura de hacerlo, porque sé que no estoy sola, porque caigo en cuenta que estoy viva para hacerlo, para alzar la voz junto a mujeres fuertes igual que yo, porque sé que han pasado por situaciones similares o hasta peores dentro de un contexto social, político, económico y cultural donde la violencia contra nosotras junto con todas sus manifestaciones, no dejan de estar presentes como parte de nuestra vida; un contexto donde nos arrebatan de los brazos a 11 mujeres, madres, hermanas, hijas, primas, amigas al día y en donde intentan a toda costa mantenernos calladas a costa de lo que sea.
Es momento de decir con todo el coraje que hemos venido arrastrando por años ¡YA BASTA!, basta de vivir con miedo y de morir por el simple hecho de ser mujer. Los cambios no se hacen de la noche a la mañana pero estoy segura que yendo todas juntas, de la mano y sin dar un paso atrás, pronto conseguiremos que ninguna mujer más pase por algo como lo que les conté en estas líneas y consigamos una vida digna para cada una de nosotras.
¡Por una vida libre de violencia para todas las mujeres!
¡Si tocan a una nos organizamos miles!
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