Jacobo Hernández
El pasado 24 de junio se celebraron las elecciones primarias del partido Demócrata en la ciudad de Nueva York, con el propósito de elegir a la persona que representará a dicho partido político en la contienda por la alcaldía de la ciudad, prevista para el próximo 4 de noviembre. Lo que parecía una victoria asegurada para Andrew Cuomo, un candidato respaldado por la poderosa industria inmobiliaria de Nueva York, con millones de dólares invertidos en su campaña, terminó siendo una sorprendente derrota. El triunfo fue para Zohran Mamdani, quien se identifica abiertamente como “socialista democrático” y es miembro de los Socialistas Democráticos de América (DSA). Este resultado contradijo por completo las proyecciones de la mayoría de las encuestas y ha provocado una ola de indignación entre los sectores capitalistas, dentro y fuera de la ciudad, que ahora observan con pánico qué medidas podría tomar Mamdani si llega a la alcaldía. En un contexto nacional marcado por el ascenso de la ultraderecha bajo el liderazgo de Donald Trump, con un gobierno que semana tras semana consolida un modelo cada vez más autoritario y reaccionario, la victoria de un socialista declarado en una de las ciudades más emblemáticas del país, y en uno de los núcleos del capital financiero global, demuestra que el destino de Estados Unidos no está escrito en piedra. Al contrario, este resultado refleja el crecimiento de la lucha de clases y abre nuevas posibilidades para quienes enfrentan el orden capitalista.
Mientras que el candidato favorito, Andrew Cuomo, reunió más de 25 millones de dólares solo para su campaña, y la mayoría de las encuestas lo daban por ganador, Mamdani apenas consiguió una cuarta parte de esa suma. Lo que realmente llevó a ganar a Mamdani no fue el dinero, sino el respaldo de una campaña popular que logró movilizar a más de 40 mil personas para hacer propaganda en todos los barrios de la ciudad. Sus propuestas no estaban dirigidas a los ricos, sino a la clase trabajadora, por ejemplo: congelar las rentas altísimas, aumentar la cantidad de viviendas sociales, crear una red de tiendas gestionadas por el gobierno local con precios accesibles, mejorar el transporte público, incluido garantizar viajes gratuitos en autobús; prohibir la entrada de la policía antiinmigrante (ICE) a la ciudad, ofrecer guarderías gratuitas, subir los impuestos a los más ricos y formar un departamento alternativo a la policía para atender crisis de salud mental. Del mismo modo, ha sido tajante en su postura internacional: no solo ha denunciado sin ambigüedades el genocidio en Palestina, sino que ha declarado que, si Netanyahu pisa suelo neoyorquino, lo arrestaría por ser un criminal de guerra.
En un escenario político completamente dominado por los intereses del capital, intereses cada vez más desconectados de las necesidades reales de la población, la victoria de Zohran Mamdani en las elecciones primarias ha desatado un auténtico estado de pánico entre las élites. Para empezar, en un país donde se ha intentado naturalizar la propiedad privada y la obtención de ganancias como principios inquebrantables de la vida económica, propuestas tan básicas como la creación de tiendas públicas sin fines de lucro, gestionadas exclusivamente por el gobierno local y sin ningún tipo de asociación público-privada, han sido suficientes para que los capitalistas enciendan las alarmas. No han tardado en aparecer en los medios profetizando escenarios de desabasto, colas interminables y escasez generalizada, como si cualquier intento de limitar sus márgenes de ganancia fuera una amenaza existencial. Ni hablar de las reacciones ante medidas más estructurales, como el congelamiento de rentas abusivas o el aumento de impuestos a los sectores más ricos para garantizar acceso universal a la vivienda. Que un político se atreva a intervenir en las ganancias del capital inmobiliario en defensa de la dignidad humana ha sido suficiente para desatar campañas de desprestigio en los medios controlados por esos mismos intereses.
A esto se suma el abierto compromiso de Mamdani con la causa palestina, una postura que ha encendido la furia del lobby sionista que financia a la mayoría de los candidatos tradicionales. Su condena explícita al genocidio en Gaza ha sido respondida con una avalancha de acusaciones infundadas y ataques dirigidos a silenciar su voz. Y como si todo esto no fuera suficiente, su origen extranjero (nacido en Uganda y naturalizado estadounidense), así como su fe musulmana, han servido de excusa para lanzar una campaña islamófoba que lo acusa de antisemita, dejando en claro que para las élites cualquier desviación del guión imperialista y capitalista será perseguida con ferocidad.
Lo interesante es que aún con un programa que en el contexto político estadounidense se considera radical, Mamdani logró imponerse en las primarias. Su victoria refleja la creciente proletarización de la sociedad estadounidense ante una concentración de riqueza que ya no permite mantener a la población adormecida. Una población que sufre de la gentrificación de sus ciudades por parte de los ricos, que por medio del incremento de rentas han despojado a la clase trabajadora de sus hogares para dar paso al lucro por medio de la especulación inmobiliaria. La clase trabajadora empieza ahora a organizarse, en este caso entiende que la lucha contra la gentrificación es una lucha de clases, una lucha contra el capital propietario de viviendas. Por otra parte, que la victoria de Mamdani ocurra en Nueva York, hogar de la mayor comunidad judía fuera de Israel, siendo Mamdani abiertamente pro palestino, habla de un giro profundo en la opinión pública, incluso en sectores históricamente cercanos al sionismo. Sin embargo, Mamdani opera dentro del reformismo. Se postula por el partido Demócrata, fuerza que responde a los intereses del capital, y ha buscado alianzas con candidatos liberales. En ese sentido, su función es redirigir el descontento popular hacia los márgenes del sistema. Si gana la alcaldía, enfrentará el poder del Estado burgués que ya se moviliza en su contra: campañas de calumnias, amenazas de Trump de retirarle la ciudadanía o cortar fondos federales. En ese sentido, Mamdani y sus seguidores entienden que la nacionalidad, etnia o estatus migratorio no importa, la clase los une a todos y todas en contra de la clase propietaria, la raíz del problema. En este escenario, Mamdani deberá elegir: moderar su programa para apaciguar a los capitalistas, o llamar a la movilización y organización de la clase trabajadora para sostener y profundizar su proyecto.
¡Ni conciliación con el capital, ni confianza en sus partidos: organización obrera para defender cada conquista!
¡Unidad proletaria internacional contra la clase capitalista!



