Laura Rivera y Yan María
Desde la perspectiva del feminismo socialista (FS), el origen de la opresión histórica de las mujeres se debe a su explotación laboral -tiempo de trabajo- y a la apropiación por parte del sistema económico político patriarcal, actualmente capitalista, de su propio cuerpo -despojo del producto de su trabajo-. Es decir, a la explotación de su fuerza de trabajo como madre y como esposa en la fábrica hogar, expresada en el trabajo de maternidad y al trabajo doméstico. A su vez, dicha explotación intra-doméstica en el hogar (no asalariada) se proyecta y complementa con la explotación extra-doméstica en la fábrica, industria u oficina (mal pagada). Lo anterior se ve reflejado en tres ámbitos:
a) En materia legislativa, el reconocimiento de los derechos y obligaciones de la mujer es muy reciente. Este proceso de lucha por los derechos de la mujer muestra contradicciones absurdas. Ejemplo de esto fue cuando Hermila Galindo presentó la demanda del sufragio femenino ante el Congreso Constituyente en el año 1916. La iniciativa prácticamente no fue discutida. La respuesta fue negativa bajo el argumento de una supuesta incapacidad y falta de preparación de las mujeres; también se le objetaba de ser sumamente influenciable. Contradictoriamente, sí se les reconocieron algunos derechos ciudadanos: el derecho a ocupar cargos o comisiones públicas, la asociación con fines políticos e incluso la posibilidad de tomar armas en defensa de la República.
Este fenómeno revela la repercusión de los intereses de un grupo particular en el “avance” de los derechos de las mujeres, dándose estos como un efecto colateral y no como una prioridad para la humanidad. Por otra parte, el Artículo 4o. de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos menciona: “(…) el varón y la mujer son iguales ante la ley. Ésta protegerá la organización y el desarrollo de la familia.” La segunda frase la dejamos a su libre interpretación.
b) En el ámbito del comportamiento social, las leyes no reflejan el actuar. El machismo es la ideología imperante en la sociedad mundial e indudablemente está basado en la explotación, humillación, marginación, sexualización, de las mujeres, aunque también de otros grupos vulnerables. El patriarcado necesita mantener la sumisión, opresión e incapacidad de las mujeres violentadas. Anteriormente se advirtió que la violencia es facilitada y promovida por el capitalismo patriarcal, principalmente interiorizada por medio de la religión católica, la cual es recibida y replicada por el pueblo: hombres y mujeres.
c) El ocultamiento de la superexplotación de la mujer, la cual es maquillada con la etiqueta de “super mujer” o “mama luchona”. Esta manipulación se puede dar por falsas promesas de libertad y empoderamiento, donde la mujer ya no es sólo explotada en la esfera doméstica, sino también en la laboral, es decir, una doble jornada de trabajo; otro caso es el de las madres solteras.
El trabajo intra-doméstico de maternidad y labor del hogar, conforma lo que se llamaría, desde una perspectiva marxista, “trabajo de producción y de reproducción” (algunas autoras reducen a ambos inadecuadamente a “trabajo de reproducción”) realizado históricamente por las mujeres:
– El trabajo de producción es la maternidad. La producción de nuevos seres encierra al cuerpo femenino como medio de producción: útero=fábrica; como desgaste de fuerza de trabajo: cuerpo productivo, como cualquier trabajo productivo.
– El trabajo de reproducción es el trabajo doméstico. Labor que realizan las mujeres en 14, 16 y hasta 20 horas al día según el grado de pobreza: sin paga alguna o salario, sin horario, sin días de descanso, sin vacaciones, sin seguro médico, sin jubilación, sin realizarlo colectivamente; ejecutando multifunciones: enfermería, administración, compradora de productos del hogar, limpiadora de casa y de ropa, productora de alimentos tres veces al día, chofera de hijos, lactancia, cuidadora de bebés, cuidadora de enfermos y discapacitados, prostituta privada, etc. En síntesis, constituye un trabajo esclavo pero “realizado por amor”.
La mujer ha realizado este trabajo históricamente (por lo menos los cinco mil años de patriarcado) sin paga alguna y por tanto sin ningún reconocimiento del valor de su trabajo. Por consecuencia, las mujeres, al carecer de valor su trabajo, no son consideradas personas, sino cosas (cosificación). Esto trae como consecuencia abusos, explotación y vejaciones por parte de los hombres dentro y fuera del hogar. La mujer es convertida por el patriarcado en un ser parasitario, una mantenida, una carga para el marido o cónyuge, ocultando toda la enorme cantidad de trabajo que realiza y el enorme valor que produce. A esto el feminismo lo llama “trabajo invisible”.
Todo trabajo se reconoce a través de una paga o salario; si el trabajo de la mujer no se paga, entonces parece que no es trabajo, reduciéndolo a una acción inútil, a un servicio voluntario o realizado por “amor”, borrando así la obligación de un pago a cambio. La doctrina del “amor y sacrificio” le ha funcionado muy bien al capitalismo, está tan enraizada en nuestro pensamiento desde hace mucho tiempo que es difícil no caer en sus posiciones.
La carencia -despojo- de valor permite la denigración y cosificación de las mujeres hasta el grado que cualquier hombre -pareja o desconocido- pueda hostigar, acosar, abusar, explotar y violentar a cualquier mujer. De ahí que ella se encuentre sistemáticamente expuesta a la violencia intra o extra doméstica: maltrato, la violación y el femicidio.
Cuando el trabajo no se reconoce a través de un salario se convierte en una “acción improductiva”, que no sirve para nada, reduciéndose a una labor esclava (al esclavo no se le paga, se le mantiene vivo para que continúe trabajando). Precisamente, el sistema patriarcal considera al trabajo de maternidad y el trabajo doméstico como labores improductivas. A su vez, una labor improductiva no tiene ningún valor social, solamente individual, porque no genera riqueza social; por ello, las mujeres han sido históricamente excluidas del ámbito público y social y encerradas en la esfera del hogar y personal. De ahí una de las consignas más importantes del feminismo: “lo personal es político”. Y por ende, un parásito social que “roba como vampiro el salario que gana el esposo a través de su manutención”, de donde deriva parte del enojo histórico de los hombres contra las mujeres.
Asimismo, el patriarcado no contabiliza el trabajo de las mujeres como parte del producto interno bruto de una nación (PIB). Si el trabajo de maternidad y doméstico no tienen ningún valor, son improductivos, no son de interés social, no generan riqueza social, no crean ganancia (plusvalía). Entonces, la mujer durante aproximadamente cinco mil años ha sido un parásito social mantenido por los hombres, base de la misoginia (odio a las mujeres).
A partir del no reconocimiento del trabajo realizado por las mujeres en el hogar, es que la proyección de su trabajo -y su existencia misma- en la esfera pública y social fue desvalorizado, dando por resultado menor salario por el mismo trabajo que los hombres; menos “valor” que los hombres. En la esfera laboral-social, las mujeres tenían que pedir permiso a los esposos para trabajar. Sistemáticamente se les acusaba de ser putas por salir a trabajar; se les reclamaba el quitarles el trabajo a los hombres; ganaban un salario inferior; laboraban mayor tiempo de trabajo; las condiciones laborales eran peores; las contrataban irregularmente para negarles prestaciones. Además, tenían que continuar realizando el trabajo dentro del hogar, tanto de maternidad como doméstico (12 y hasta 16 horas de trabajo mal asalariado, más, 8 y hasta 12 de trabajo no asalariado), conformando la llamada por el feminismo: doble jornada de trabajo o doble explotación, como mujer y como proletaria. Y todo esto, no fue cuestionado hasta que las feministas y las socialistas empezaron a luchar por los derechos laborales específicos de las mujeres: salario igual a trabajo igual, mismos horarios, contratación colectiva y prestaciones, cuidados maternos, tiempo de lactancia, jubilación, etc.
En este año 2017, la población ocupada en trabajo doméstico remunerado en hogares es de 2 millones 480 mil 466 personas, lo que representa 4.8 por ciento de la población ocupada, de las cuales 90 de cada 100 en esta actividad son mujeres. De éstas 6 de cada 10 cumplen jornadas laborales menores a 40 horas (INEGI, 2017). Cabe mencionar que estas mujeres que laboran en un hogar ajeno tienen que hacer los mismo en su hogar sin alguna remuneración.
A todo ello se agrega el hostigamiento y el acoso sexual ejercido por los patronos, así como de los propios compañeros de trabajo; peor aún, los propios líderes sindicales se suman a tan viles prácticas. Esta situación es considerada “normal” y no violenta hacia las mujeres por la cultura patriarcal, hasta que el feminismo empezó a denunciarlo.
Lo importante es dejar claro que las mujeres durante toda la historia de la humanidad han trabajado como obreras, campesinas, jornaleras, indígenas, dadoras de servicios, profesionistas, etc., pero además de ello, también continúan teniendo la responsabilidad de ser amas de casa. Sin embargo, su trabajo nunca había sido reconocido por el patriarcado, hasta que el feminismo y el socialismo principalmente de la década de los setenta empezaron a exigir que se reconociera, planteando la abolición del trabajo doméstico o pago al mismo; asimismo luchando por la maternidad libre y voluntaria (contemplando la interrupción del embarazo).
Sin embargo, aún ya entrado el tercer milenio, no se valora al trabajo de maternidad y doméstico como una de las más importantes fuentes de producción de plusvalía o ganancia social de la cual dependen las naciones. Y mucho menos se ha valorado el trabajo aportado desde los países coloniales o neocoloniales, sometidos al imperialismo y desde los sectores sociales más explotados, principalmente los raciales y pueblos originarios indígenas, sustentado en la división internacional y racial del trabajo capitalista.
El hecho de que las mujeres empezaran a acceder al trabajo remunerado -después del gran movimiento feminista de los 70- y a ciertas posiciones de poder -después de los 90-, no significa la “liberación de las mujeres”, sino la incorporación de las mujeres al sistema capitalista y sus reglas del juego. Tampoco se puede hablar de una verdadera emancipación sólo porque un minúsculo núcleo de mujeres tenga poder, porque paralelamente hay una intensificación de la explotación de las mujeres proletarias, obreras, de servicios, campesinas, jornaleras, profesionistas, de los países sometidos al imperialismo y colonialismo, así como de las razas no blancas y urbanas. Conformándose entonces una lucha de clases entre las propias mujeres burguesas y pequeñoburguesas y las mujeres proletarias y pobres.
La Ley Federal del Trabajo (LFT) es un principal referente del avance en el reconocimiento de los derechos de las trabajadoras, en ella se establecen las siguientes condiciones generales de trabajo para todo trabajador y trabajadora: la existencia de una jornada de trabajo (art. 61) y de un salario (art. 90); el respeto a sus condiciones de salud, seguridad e higiene en el trabajo (art. 132); un periodo de vacaciones con una remuneración (art. 76); el derecho a prestaciones especiales como el aguinaldo y el reparto de utilidades (arts. 87 y 117); el derecho a la seguridad social (art. 2); el derecho de la trabajadora de renunciar en cualquier momento sin consecuencia económicas para ella (art. 46); el pago de emolumentos extras en caso de despido injustificado o el derecho a la reinstalación en el empleo (art. 48); el derecho a organizarse libremente, así como a negociar colectivamente sus condiciones de trabajo (arts. 2, 354 y 357), así como el derecho a un trabajo sin violencia de género, hostigamiento y acoso sexual (art. 133). Empero, no es la realidad de las mujeres ni en México ni en el mundo, según los tratados internacionales.
Por todo lo vertido, el proyecto de construcción del socialismo debe contemplar la emancipación total de la mujer, tanto de la maternidad obligatoria como del trabajo doméstico. La maternidad debe ser totalmente voluntaria y contar con el apoyo del gobierno socialista mínimamente durante un año (dos meses antes de parir y diez después) garantizando su salario completo y los alimentos adecuados para ella y su hijo. Al cumplir un año el bebé debe entrar a formar parte de la educación integral socialista comunitaria para niñas y niños.
En el caso del trabajo doméstico, el gobierno tendrá que eliminar su carácter obligatorio para las mujeres por completo y sustituirlo por servicios públicos gratuitos de limpieza doméstica, lavanderías, clínicas y comedores comunitarios.
La mujer es el parámetro de todas las presiones sociales. Hasta que no se libere de sus cadenas de explotación y opresión, la humanidad no se liberará de las diferentes formas de explotación opresión que ha padecido desde la instauración del patriarcado y del sistema capitalista patriarcal hoy vigente.
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