Los chalecos amarillos, un movimiento de la clase trabajadora

Julian HR

En noviembre de 2018, Francia experimentó el surgimiento de un movimiento de masas como no se había visto desde hace décadas, movimiento que se ha caracterizado por su composición socialmente  heterogénea, que ha incluido desde obreros hasta artesanos, pequeños comerciantes, granjeros, pensionados, profesionistas, entre otros, que han sido afectados a través de los últimos años por políticas neoliberales, con el fin de desbaratar el Estado de bienestar y pauperizar la calidad de vida de los sectores más marginados, políticas de austeridad que han querido imponer las clases dominantes para mantener sus altas tasas de ganancia ante el impacto de la crisis financiera del 2008. La encarnación más reciente de esta cooptación del Estado por las élites económicas se ha visto en la forma de un impuesto “ecológico” en los precios de los hidrocarburos, bajo el supuesto de desincentivar el uso del automóvil y usar las ganancias obtenidas para financiar una transición hacia la generación de energía renovable, lo que ha provocado un descontento en la mayoría de la población que vive en las periferias de las urbes y enfrenta un encarecimiento en sus costos de vida debido a que su único medio de transporte es el automóvil, culminando en una serie de manifestaciones masivas como no se habían visto desde el Mayo francés de 1968.

No satisfechos con la eventual suspensión al impuesto de los hidrocarburos, el movimiento ha adquirido consciencia de su propio poder, y su carácter de clase ha salido a relucir cada vez más con propuestas que van en contra de las élites económicas, como en las peticiones por el incremento al salario mínimo, el aumento de los impuestos a los ricos, la introducción de referendos de iniciativa ciudadana, la destitución del presidente de Francia, Emmanuel Macron, y la disolución de la Asamblea Nacional, cámara baja del poder legislativo cuya disolución lleva automáticamente a nuevas elecciones. Asimismo, la concentración de los manifestantes en las áreas más acaudaladas de París y la articulación de consignas revolucionarias durante las marchas ha dejado ver claramente este carácter de clase. El movimiento de chalecos amarillos ha llegado a tener una aprobación de hasta más del 70% de la población, en sus actos de protesta ha contado con hasta 300,000 participantes, y aunque en estas dos cuestiones las cifras han caído en los actos más recientes, el movimiento sigue teniendo bastante fuerza.

Lo que empezó con una simple petición en línea para detener la subida de impuestos a los hidrocarburos, se convirtió posteriormente en una primera convocatoria en Facebook para realizar bloqueos en las avenidas principales del país bajo la misma consigna, que atraería a miles y detonaría la primera fase del movimiento de chalecos amarillos el 17 de noviembre de 2018, movimiento que rápidamente se iría consolidando como una de las más recientes y encarnizadas manifestaciones de la lucha de clases en Francia. El chaleco amarillo, como símbolo que distingue al movimiento de otros, se adopta por la prevalencia de este artículo entre los conductores, que por ley todos lo deben de tener, además de ser una prenda bastante barata, fácil de usar y relacionada con la clase trabajadora en las  industrias. Ya desde hace tiempo que en la periferia de las urbes ha decaído la calidad de vida como consecuencia de un bajo crecimiento económico y un alto índice de desempleo, donde el automóvil se ha mantenido como el principal medio de transporte, caso contrario a la situación de las élites en las zonas urbanas, donde el transporte público es suficiente y el no tener un auto se ha convertido hasta en un símbolo de estatus.

Aunque el impuesto a los hidrocarburos se justificó bajo el discurso de la lucha contra el calentamiento global, la realidad es que ha sido una estrategia del gobierno para obtener más contribuciones monetarias ante los recortes en impuestos que le ha otorgado a las grandes empresas. Cabe resaltar que la mayoría de los chalecos amarillos sí apoya la lucha contra el cambio climático, lo que no acepta es que los pobres paguen por los estragos en el ambiente causados principalmente por las corporaciones trasnacionales, que han sido de una magnitud mucho mayor a la de los propios trabajadores.

El movimiento de chalecos amarillos se ha caracterizado por no tener líderes ni estructura organizativa, lo que ha imposibilitado la cooptación del movimiento por actores políticos particulares, pero ha permitido que en cierta medida una parte marginal del movimiento esté compuesto de fascistas, cuyos líderes han intentado tomar la dirección del mismo por medio de un discurso nacionalista, pero no han tenido éxito debido a la cada vez mayor consciencia de clase dentro del movimiento. Aunque gran parte de los trabajadores apoya el movimiento, no ha sido lo mismo con los líderes de las principales organizaciones sindicales, como Philippe Martinez, líder de la CGT (Confederación General del Trabajo), una de las más grandes en el país, que no ha querido llamar a una participación directa con el movimiento bajo el argumento de no querer marchar junto a los fascistas de Agrupación Nacional de Marine Le Pen, una minoría en el movimiento. Afortunadamente las bases de las organizaciones sindicales han ignorado las directrices de sus líderes y han mantenido una participación activa. Ahora que los trabajadores se encuentran en una situación donde lo tienen todo para ganar, el líder de la CGT, por ejemplo, se ha empeñado por seguir repitiendo las mismas tácticas fallidas con las que el sindicato ha intentado combatir la precarización de la vida de los trabajadores en los últimos 10 años, mediante la realización de “días de lucha” independientes al movimiento de chalecos amarillos que no tienen miras a un futuro más prometedor y solo buscan meros incrementos al salario de los trabajadores.

Los líderes de las principales organizaciones sindicales se han mostrado hasta dispuestos a negociar con el presidente de Francia y a traicionar con ello a sus bases, mostrando sus verdaderos colores como cómplices del sistema explotador, situación que se parece a cuando en el Mayo francés del 68, los líderes del Partido Comunista Francés y de los mismos sindicatos, a cambio de desmovilizar a las masas que se habían levantado, aceptaron simples incrementos a los salarios de los trabajadores. Dentro de la izquierda, el partido de Jean-Luc Mélenchon, Francia Insumisa, ha sido la única organización grande que se ha mostrado más próximo al movimiento de masas. Los estudiantes también se han mostrado solidarios ante el movimiento mediante acciones conjuntas con los trabajadores, con el fin también de promover sus demandas de un mayor acceso a la educación superior.

El Estado burgués, bajo el mando de Emmanuel Macron, ha aplicado todas las medidas posibles para dar con el fin de este movimiento que amenaza con llegar a una verdadera revolución, medidas que han ido desde el aviso de la suspensión del impuesto a los hidrocarburos, el 4 de diciembre de 2018, impuesto por el cual detonó el movimiento, pasando por el anuncio, el 10 de diciembre, del incremento del salario mínimo en 100 euros, la exclusión del cobro de impuestos en las horas extras pagadas a los trabajadores y en los bonos de fin de año, y la exención de incrementos a las contribuciones para el seguro social de aquellas pensiones menores a los 2000 euros al mes. Estas promesas fueron insuficientes para los trabajadores, ya que estos impuestos seguían sin realmente tocar los intereses de las clases dominantes: la subida del salario mínimo no sería pagado por las empresas sino mediante un bono otorgado por el gobierno, y la exclusión en el cobro de impuestos en las horas extras y bonos de fin de año más bien les beneficiaba. Esto haría más problemático el estado de las finanzas del gobierno, ya que un recorte en sus ingresos sería pagado por las clases bajas mediante recortes a los servicios sociales. Al ver que el movimiento seguía teniendo fuerza, Macron anunció entonces la realización de un gran debate nacional en enero de 2019 que se organizaría por localidades con el fin de que la gente pudiera verter sus preocupaciones de acuerdo a ciertos ejes impuestos por el presidente y ser escuchados directamente por el gobierno, debate cuyo objetivo era llegar a una solución inmediata. En abril de 2019 se anunció la conclusión de los debates: una reducción en los impuestos pero sin recortes a los servicios sociales. Una gran parte de la población permanece escéptica de los cambios que pueda producir el gran debate, por lo que el movimiento de chalecos amarillos, aún cuando ha caído en niveles de participación, se ha mantenido vigente. A la par de estas concesiones, la represión con la que el gobierno ha recibido a los manifestantes ha sido cada vez mayor, dejando miles de heridos por el uso cada vez más indiscriminado de la fuerza, empezando a realizar arrestos masivos sin ninguna causa aparente, considerando restringir el derecho a la protesta y pensando utilizar al propio ejército para las labores de represión de las protestas.

El movimiento de chalecos amarillos ha despertado al espíritu revolucionario dentro de la población francesa, pero también se ha extendido en mayor o menor medida entre los trabajadores de otros países. Al ver que Macron sigue sin tocar los intereses de las clases explotadoras, las protestas siguen realizándose, pero para que éstas tengan un mayor impacto, será necesario que los trabajadores organicen asambleas dentro del movimiento y creen una estructura con  representantes electos de forma democrática, de manera que puedan pasar a realizar acciones más contundentes. Del mismo modo, se debe recuperar el control de la dirigencia de las organizaciones sindicales y llamar a una serie de huelgas generales que debiliten el gobierno actual y lleven a la disolución de la actual Asamblea Nacional.


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