Julián HR
El reciente asesinato de Qassem Soleimani, uno de los generales más populares y con más poder en Irán, por las fuerzas armadas de Estados Unidos no ha hecho más que desestabilizar de nuevo la región del Medio Oriente que ya desde hace décadas funge como campo de batalla entre distintas potencias regionales y globales.
Este último ataque se da en un contexto de escalamiento de tensiones entre Irán y los Estados Unidos que empezó cuando este último país se salió del acuerdo nuclear que se había logrado en el 2015 con el fin de que Irán se comprometiera a ralentizar su proceso de construcción de armas nucleares a cambio de que las sanciones económicas que se tenían en su contra se levantaran. La salida por parte de los Estados Unidos de este acuerdo en 2018 vino de la mano con una reimposición de sanciones económicas a Irán y con un creciente número de choques entre estos dos países, conflicto cuyo punto más álgido sucede actualmente. En diciembre del 2019 Estados Unidos culpa a milicias apoyadas por Irán del asesinato de un contratista suyo en Iraq, lo que provocaría, primero, un bombardeo de Estados Unidos a sitios ocupados por la milicia y a que posteriormente se iniciara una jornada de protestas en la embajada de Estados Unidos en Iraq a consecuencia de estos bombardeos, y a que finalmente Estados Unidos decidiera asesinar al general Soleimani.
Trump justificó su decisión señalando que Soleimani planeaba atacar a los soldados invasores estadounidenses en esa región, algo de lo cual no existe ninguna evidencia. Todo esto es más bien una estrategia de Trump para alzar sus niveles de popularidad ante las elecciones que se avecinan, que lo presume como una victoria más en contra de un Estado promovedor del terrorismo, pero en realidad, también es una advertencia hacia las demás potencias en el Medio Oriente de que los intereses económicos de Estados Unidos en esa región abundante en petróleo siguen vigentes, especialmente en Iraq.
Ante el resurgimiento del discurso sobre el combate al terrorismo que se ha dado con el asesinato del general Soleimani, se debe recordar que Estados Unidos ha sido históricamente el que ha realmente promovido el fundamentalismo islámico en la región, en aras de mantener su influencia, por lo que procederemos a hacer un recuento de sus intervenciones más destructivas:
Estados Unidos ayudó a los británicos a montar un golpe de Estado en 1953 en contra del primer ministro de Irán electo de forma democrática, Mohammad Mosaddegh, quien planeaba nacionalizar la industria petrolera de su país en esos entonces. El gobierno norteamericano fue cómplice del gobierno subsecuente del Shah (emperador) Mohammad Reza Pahlavi, que daría lugar a la revolución islámica de 1979 debido al hartazgo de la población con la represión política a la que era sujeta, revolución que establecería los cimientos del actual gobierno teocrático en este país. Posteriormente, Estados Unidos ayudaría a los rebeldes muyahidines afganos islamistas a luchar en contra de la intervención de la Unión Soviética en Afganistán, de 1979 a 1989, en el contexto de la Guerra Fría, durante el cual se prepararían las fuerzas yihadistas que posteriormente conformarían Al-Qaeda. Su intervención una década después, en 2001, en Afganistán bajo pretexto de acabar con la base de operaciones de Al-Qaeda y con el gobierno de los fundamentalistas talibanes, fuerzas que ellos mismos habían apoyado anteriormente, desató una guerra que se ha convertido en la más larga en la historia de los Estados Unidos, y que lejos de liberar al pueblo afgano, solo ha traído muerte y destrucción.
La intervención en Iraq en 2003 se dio bajo pretexto de la obtención de armas de destrucción masiva por parte del gobierno del dictador Saddam Hussein, de lo cual nunca existió evidencia, y solo acabó por hundir al país en un estado de conflicto continuo. Las verdaderas intenciones de Estados Unidos en este país se vieron cuando las fuerzas armadas norteamericanas destruyeron prácticamente toda la infraestructura pública en Iraq, con el fin de forjar un Estado que dependiera de los servicios de corporaciones estadounidenses en todos los aspectos posibles, haciendo de la “reconstrucción” de Iraq un inmenso negocio, sin mencionar la rapidez con lo que las trasnacionales petroleras llegaron al país para explotar los recursos energéticos antes controlados solamente por su paraestatal. El resultado de todo este despojo en Iraq fue un Estado débil diseñado con la intención de fomentar el sectarismo entre las poblaciones chiitas, sunitas y kurdas, creando un sistema político en el que se dividía el poder conforme a estas distintas etnias/grupos religiosos e impedía el surgimiento de una conciencia de clase. No es de extrañar que ante la imposición de este sistema neoliberal que empobreció en general a la población y que marginalizó aun más a la población sunita, Al-Qaeda encontrara nuevos adeptos en los miembros de este último grupo religioso en Iraq, y posteriormente que el Estado Islámico se hiciera con una gran parte del país.
En este recuento de intervenciones en el Medio Oriente, solo falta por recordar que al inicio de la guerra civil en Siria en 2011, Estados Unidos apoyó a las milicias islámicas fundamentalistas a las que quería pasar por moderadas hacia la opinión pública, pero que al final salieron de su control, y ante la falta de grupos que se alinearan con sus intereses, tuvieron que limpiar su imagen apoyando a las milicias socialistas kurdas. En Yemen, Estados Unidos se ha visto cómplice en las masacres realizadas por la intervención de su aliado Arabia Saudita en aquél país contra los rebeldes hutíes apoyados por Irán. La más grande ironía en todas estas intervenciones es que Irán ha cambiado de aliado a enemigo con frecuencia: Irán ayudó a Estados Unidos en su intervención en Afganistán y a combatir al Estado Islámico en Siria e Iraq. Por el otro lado, Arabia Saudita, el gran aliado de Estados Unidos en la región, ha apoyado de forma directa o indirecta a los grupos fundamentalistas islámicos como el Estado Islámico contra los que lucha el gobierno norteamericano. Todo esto revela claramente que por lo que se pelea en Medio Oriente no es por ningún tipo de principio moral, ético o político, sino meramente por los intereses económicos de cada una de las potencias participantes.
Pero Irán tampoco es la fuerza anti imperialista a la que se debería de apoyar, todo lo contrario, al igual que los Estados Unidos, tiene intereses en la región e interviene activamente en ella. Debido a que el sistema que Estados Unidos impuso en Iraq favorece a que las élites chiitas gobiernen aquél país, Irán, siendo un país donde las élites chiitas también se encuentran en el poder, ejerce bastante influencia sobre Iraq, especialmente por lo débil que es el gobierno en este último país. La intervención de Estados Unidos en Iraq acabó con la única fuerza que hacía frente a la influencia de Irán en la región, el ejército de Iraq, por lo que el poder de Irán ha ido creciendo en consecuencia. Irán se ha visto actualmente involucrado en guerras de poder en toda la región, donde era el general Soleimani quien se encargaba de coordinar las fuerzas interventoras. Si no fuera por Irán, por ejemplo, Bashar al-Assad, dictador de Siria, hubiera caído desde hace ya mucho tiempo.
Lejos de saber qué sucederá a nivel regional, si es que el conflicto entre Estados Unidos e Irán volverá a estancarse o se iniciará una nueva lucha por el control de Iraq, en lo que este último ataque imperialista por parte de Estados Unidos más repercute es en los procesos de lucha que se habían estado conformando desde ya hace unos meses en Irán e Iraq. En Iraq, el pueblo se ha levantado en repudio contra el sistema sectario, corrupto y neoliberal impuesto por Estados Unidos, en donde las élites se han dedicado a amasar grandes fortunas a costa del sufrimiento diario de la gente. En Irán, el pueblo también se ha levantado por la caída en las condiciones de vida provocada en parte por las sanciones económicas a las que han sido sujetos por Estados Unidos, pero esta caída es resultado principalmente del recorte a subsidios imprescindibles para la población, recortes que se han estado planeando en Irán desde el 2011 para “abrir” al país al libre mercado, unas reformas neoliberales que en su más reciente instancia han consistido en quitar el subsidio a la gasolina. Pero el pueblo iraní también ya está harto de la represión política ejercida por las élites religiosas, y de su enriquecimiento a costa de la gente, por lo que han optado por salir a las calles a denunciar no solo a los políticos y al gobierno, sino a todo el sistema que se creó a partir de la revolución islámica de 1979 en el país.
Estos dos procesos de lucha en Irán e Iraq se verán afectados de forma inmediata por las acciones imperialistas de Estados Unidos, y concretamente en Irán, no harán más que fortalecer al régimen que parecía haber sido debilitado por las continuas protestas del pueblo trabajador, pero que ahora utilizará su conocida retórica anti imperialista y nacionalista para desmovilizar a las masas y canalizar el descontento en contra de Estados Unidos, y así arruinar el movimiento revolucionario que se había empezado a gestar. Ante este panorama exhortamos a que el ejército de Estados Unidos abandone inmediatamente cualquier posición en el Medio Oriente y a que los pueblos de Irán e Iraq no cesen en su lucha por un gobierno del proletariado.
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