La propiedad intelectual y la privatización de las ideas

Jacobo Hernández

En estos últimos días, bajo el pretexto de adecuar el marco normativo establecido en las disposiciones del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), se han aprobado reformas a algunas leyes relacionadas con la propiedad intelectual en nuestro país (Ley Federal de Protección a la Propiedad Industrial y Ley Federal del Derecho de Autor). Algunas de las adiciones fuerzan a que los proveedores de servicios de Internet tengan un papel más activo en la lucha contra la distribución de contenido original sin autorización, y plantean penas severas a quien incida en estas prácticas y a quien eluda las protecciones anticopia incluidas en varios productos amparados por el régimen de propiedad intelectual. Estas nuevas leyes son un golpe a la economía de varios y al libre intercambio de ideas, y no son más que otra expresión del régimen de propiedad privada que caracteriza al sistema capitalista. 

Para poder luchar contra esta injusticia debemos de entender cómo es que la propiedad intelectual se manifiesta y cuáles son sus relaciones con las propiedades tangentes, debemos de entender la historia detrás del surgimiento de la propiedad privada, como se explica a continuación.

El cercamiento de las tierras comunales durante el fin de la Inglaterra feudal es lo que caracteriza el inicio de la transición al capitalismo en ese país y en otros más. Durante esta transición, los grandes terratenientes coludidos con el gobierno despojaron a miles de campesinos de sus tierras, llegando a usar la fuerza bruta para asegurar el control sobre sus nuevas propiedades. Es mediante este proceso que las tierras antes consideradas como comunales se privatizaron y dejaron a su paso una gran masa de gente pauperizada cuya única alternativa fue venderse ante la naciente clase capitalista como mano de obra barata, con tal de no morir de hambre. Así como al mundo físico le fue impuesto un nuevo ordenamiento basado en la propiedad privada, el mundo de las ideas pasó por el mismo proceso. Bajo la misma lógica se cercaron las ideas, los inventos, un proceso que buscó abrir la mente de las personas a las dinámicas del mercado y delimitar los frutos de la imaginación bajo el régimen de propiedad intelectual; concretamente esto se dio por medio de instrumentos legales como patentes, derechos de autor, marcas, etc. A diferencia del mundo físico, el mundo de las ideas tiene la ventaja de que sus productos son inagotables y no hay forma de evitar la apropiación de estos productos por consumidores no autorizados. Aunque el supuesto objetivo de la propiedad intelectual ha sido proteger las creaciones de las personas por un tiempo definido para que el autor sea beneficiario de las rentas obtenidas por el uso de su contenido, este tipo de propiedad realmente ha sido una forma por la cual se ha sacrificado el libre intercambio de ideas (el posible surgimiento de una coordinación en las áreas científicas, tecnológicas, artísticas, etc., dando lugar a mejores productos), con tal de generar regalías que en su mayoría no regresan a los autores, sino a los capitalistas que controlan las industrias intermediarias.

El absurdo de la propiedad intelectual se ve, por ejemplo, en la forma en la que las empresas privadas se aprovechan del trabajo de investigación realizado en institutos públicos, de fondos públicos otorgados por el gobierno, del conocimiento público,  para crear productos con precios prohibitivos que no remuneran de alguna forma lo invertido por el público, y a los cuales aplican patentes de modo que se dificulta la obtención de alternativas más asequibles. Es en estos momentos, por ejemplo, que empresas como Gilead Sciences, una compañía farmaceútica estadounidense que se encuentra desarrollando un antiviral para el tratamiento del COVID-19, piensa hacer negocio de la pandemia, ofreciendo su producto a un precio bastante alto, aún cuando miles de personas mueren al día por la enfermedad, aún cuando su desarrollo fue financiado con dinero público, protegiendo el diseño de su antiviral por medio del régimen de propiedad intelectual. Cabe mencionar también cómo las empresas se aprovechan del conocimiento de comunidades indígenas, conocimiento comunal, para desarrollar productos y aplicar patentes, sin reconocer de algún modo la contribución de esas comunidades. Por otro lado, en el sistema capitalista se ha llegado a conformar un gran negocio basado en demandar a otros por infringir en propiedad intelectual de una manera bastante agresiva y oportunista que bloquea los intentos de innovación, pero que genera bastantes ingresos. Finalmente, nos encontramos con que no solo las ideas y sus manifestaciones inertes se pueden patentar, sino que existe la absurda posibilidad de patentar hasta organismos vivos.

Cuando incluimos a este análisis un enfoque más internacional, el sistema de propiedad intelectual muestra sus rasgos coloniales en los países subdesarrollados. Por medio de los tratados internacionales de libre comercio se hace imposible la protección de las industrias nacionales, protección que los países imperialistas sí establecieron durante épocas pasadas para hacer crecer a sus industrias. Las potencias quieren mantener su dominio sobre los demás e impiden que los subdesarrollados vayan por el mismo camino por el que ellos fueron, y en vez de aceptar el desarrollo de las industrias nacionales, fuerzan a los subdesarrollados a servir como países cuya actividad económica principal es la extracción de recursos sin procesamiento alguno. A estas condiciones marginales le agregamos ahora las reglas de propiedad intelectual, y el posible desarrollo, la transferencia tecnológica necesaria para “alcanzar” a los países desarrollados, se hace imposible. Esto se debe a que si se quisieran desarrollar las fuerzas productivas del país, necesariamente se daría un proceso en el que, por ejemplo, se copiarían los procesos de manufactura observados en otros países, haciendo posible uso de la ingeniería inversa para dar lugar a un tipo de producción más autóctona de forma más rápida. Que ahora queramos que esas leyes de propiedad intelectual nos rijan, sería seguir renunciando a nuestro posible desarrollo, seguir bajo el poder de las potencias mundiales, de sus leyes y de las transnacionales que protegen; a fin de cuentas los imperialistas nos mantienen en el subdesarrollo, en la neocolonialidad, para poder seguir explotando los beneficios económicos que esto trae consigo.

El avance en las telecomunicaciones, el avance del mundo digital, ha hecho cada vez más difícil la aplicación de la ley en el terreno de las ideas, ya que ahora contamos con todo tipo de herramientas que nos permiten acceder en un instante a cualquier tipo de contenido. El sistema de propiedad intelectual se muestra arcaico ante los nuevos patrones de consumo, por ejemplo: ¿por qué si compramos un producto digital nos es imposible compartirlo sin infringir una ley? Tratan de hacernos ver como criminales y usan términos como “robar” para describir simplemente la forma en la que intuitivamente copiamos el contenido que se nos envía a nuestras computadoras, sin privar a nadie de su uso, y lo compartimos y usamos para generar nuevo contenido. El negocio está claramente en la renta de la propiedad intelectual, pero cuando los medios de distribución y producción de esa propiedad se encuentran ya en los mismos dispositivos que utilizamos de forma cotidiana, las corporaciones se ven obligadas a poner todo tipo de trabas con ayuda de los gobiernos. Cada vez que vemos un video o escuchamos una canción en Internet, todos esos bits que representan este contenido multimedia son enviados a nuestras computadoras. Con ciertos programas se almacenan estos bits en nuestros dispositivos de modo que la información descargada se convierte en nuestra propiedad personal. Los capitalistas consideran que apropiarse de algo que ya esta en tus manos es un acto ilegal, y para impedir que esto siga pasando, ha surgido toda una industria dedicada a generar tecnología de “gestión” de derechos digitales, tanto software como hardware, que sirve para evitar que los consumidores podamos compartir el contenido que ellos mismos nos dan. Hay que recordar que el sistema de propiedad intelectual es al final una parte de la infraestructura legal que se ha implementado para proteger los bienes más valiosos de los capitalistas, la propiedad privada, el derecho por el cual los ricos ven legitimada la protección de sus medios de producción, medios por los cuales explotan a los trabajadores y cosechan la plusvalía para acumular aun más capital. En el mundo de la propiedad intelectual artística tenemos a las grandes compañías disqueras, editoriales, cinematográficas que acaparan las ganancias y le dan a los artistas una mísera parte de las ventas. El trabajador artístico en estas condiciones llega a proletarizarse como consecuencia, sufriendo de la misma condición que el trabajador en las fábricas. Pero la difusión masiva de su contenido con la explosión del Internet, aún de forma ilegal, ha permitido darle más cobertura a sus obras, y con ello, generar sustento de forma más autónoma. Aún así, cabe mencionar que el régimen de propiedad sigue sin estar en sincronía con el medio de distribución de contenido y este sistema sí llega a afectar el sustento de los artistas.

Toda esta discusión nos lleva hacia el fenómeno de la piratería, una forma por la cual se vende la propiedad intelectual sin autorización de los supuestos dueños de esta propiedad. En una sociedad capitalista los mercados no se limitan a sus versiones sancionadas por la ley, por lo que es de esperar que se lucre con los productos de la propiedad intelectual obtenidos de forma ilegal. Con la llegada del Internet, la piratería se hace mucho más sencilla, de forma que hoy en día cualquiera puede descargar casi cualquier película, quemarla en un DVD u otro medio de almacenamiento y venderla a un precio mucho más bajo que el oficial. Aunque detrás de los mercados negros hay todo tipo de organizaciones criminales, la realidad es que el mercado de productos piratas, particularmente el de películas, música y libros, ha permitido a la clase trabajadora gozar de todo tipo de productos culturales que originalmente no estaban destinados para ellos. Este mercado marginal permite que el pueblo tenga acceso a los mismos recursos que la clase dominante utiliza para cultivar su intelecto y perpetuar las divisiones de clase, en otras palabras, la piratería permite al trabajador obtener parte del capital cultural que los ricos acaparan: permite que el pueblo pueda leer los mismos libros, películas y música que los burgueses consumen y que utilizan como símbolos de estatus. Ante todos estos argumentos, queda claro que la propiedad intelectual, así como la propiedad física, son medios por los cuales los capitalistas se ven beneficiados a costa de los trabajadores. Particularmente con el contenido intelectual, el sistema capitalista impone barreras que impiden un desarrollo más profundo y natural de las ideas que ayuden a progresar al humano. En un sistema socialista los creadores de ideas (artísticas, tecnológicas, etc.) son considerados trabajadores esenciales, por lo que su sustento, como el de todos los demás, está cubierto y sólo queda disfrutar de la libertad con la que se desarrolla el contenido. Es por esto que es importante rechazar cualquier intento de privatización en el mundo de las ideas, de cercamiento, y luchar en México contra la imposición de unas reformas que buscan mantener al país en el subdesarrollo.

¡ABAJO EL TMEC!
¡NO A LA NUEVA LEY DE CENSURA EN INTERNET!


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