La falsa democracia de E.E.U.U.

Jacobo Hernández

El pasado 3 de noviembre se celebraron elecciones en todo Estados Unidos para elegir tanto al presidente como a representantes de las dos cámaras que constituyen al poder legislativo, así como para elegir a gobernadores en ciertos estados, y votar sobre propuestas como la legalización de la mariguana, la situación del aborto legal y reformas al sistema de justicia. Lo que según expertos en cuestiones electorales y casas encuestadoras resultaría en una victoria arrasadora para el candidato del partido demócrata, Joe Biden, resultó en una contienda bastante reñida donde el candidato del partido republicano, Donald Trump, pudo haber ganado. Por lo tanto, es todavía más impresionante, cómo aún cuando casi pierden la batalla, la burguesía liberal celebró la victoria de Biden como si en verdad hubiera sido aplastante, como si realmente la estrategia del partido demócrata de intentar capturar el voto conservador desilusionado con Trump hubiera funcionado, culpando otra vez al ala más socialdemócrata del partido por los malos resultados, que según ellos, es consecuencia de no haberlos dejado alinearse más hacia la derecha. Claramente lo único que se ganó con la victoria de Biden es la deposición de la derecha más reaccionaria, rayando en el fascismo, de la presidencia del país, una batalla necesaria, pero que no debe ser celebrada de más. La derecha neoliberal seguirá en el poder, esa derecha que surgió en los años ochentas con la llegada del republicano Ronald Reagan a la presidencia y que desplazó todo el espectro político, de tal forma que si de por sí los partidos tradicionales ya representaban los intereses de los capitalistas, después de esta época lo harían sin tan siquiera fingir tener un interés por la clase trabajadora. El partido demócrata y republicano, que supuestamente representan la dicotomía entre la izquierda y derecha en Estados Unidos, más bien parecen ser sólo dos alas del mismo partido capitalista, como ya se ha dicho incontables veces. Y es para entender mejor esto, que haremos un análisis más a profundo del candidato ganador.

En primera, es justamente para llenar este rol de partido de “izquierda” que el partido demócrata asegura tener en el país, que Joe Biden ha intentado comportarse como si fuera aliado del proletario. De hecho, ha dicho que será recordado como el presidente que más poder le dará a los trabajadores en la historia del país y que pondrá fuertes sanciones a las corporaciones que interfieran con la organización de los trabajadores. De igual forma, ha presumido tener el apoyo de las más grande central obrera del país, la Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO), o por lo menos de sus líderes, quienes más que ver por los intereses de los trabajadores se han visto colaborando en las políticas imperialistas del país en sus múltiples intervenciones por todo el mundo. Si somos tan inocentes como para creer todo lo que dice, por lo menos podemos revisar el historial de este sujeto para darnos una mejor idea de lo que en verdad representa: Biden ha apoyado los distintos tratados de libre comercio cuyo objetivo ha sido el de socavar a los trabajadores dentro y fuera del país; de igual forma, cuando Barack Obama llegó a la presidencia en el 2009 y colocó a Biden como vicepresidente, juntos renegaron en su compromiso de crear una reforma para facilitar el proceso de unión de los trabajadores a los sindicatos (Employee Free Choice Act), y claramente nada mejoraría para los trabajadores durante su término. Finalmente, en su historia como político profesional, jamás se le ha visto dar apoyo a ningún movimiento obrero a menos que le beneficie electoralmente. Aparte de esto, Biden se ha mostrado hostil a los demás sectores oprimidos de la población: es uno de los arquitectos de la ley “duro contra el crimen” de 1994, con la que se introdujeron sentencias más duras en el sistema penal, legislación que ha contribuido a la política de encarcelamiento masivo que existe en Estados Unidos, uno de los países con la mayor tasa de encarcelamiento en el mundo, que ha afectado en sobremedida a la población afroamericana y latina. Ni que decir de su trayectoria con la cuestión migratoria durante su periodo como vicepresidente, cuando tuvo la dudosa distinción de haber liderado a una de las administraciones que más inmigrantes han deportado en la historia del país. Para rematar, Biden no piensa acatar las demandas del movimiento Black Lives Matter que se enfocan al desfinanciamiento de los cuerpos policíacos para destinar estos fondos a proyectos comunitarios: al igual que las medidas cosméticas introducidas en su época como vicepresidente, plantea solamente “reformar” la policía, una medida que toda clase de políticos han repetido ya desde hace años, pero que no ha generado resultados.

Para los que ilusamente creían que Biden iba a realizar alguna medida contundente en pro del ambiente, su discurso a media campaña presidencial, cuando dijo apoyar el fracking en una movida para atraer a más votantes (según su campaña), destruye esta imagen ambientalista. Tan sólo recordar los vagos esfuerzos durante la época de Obama por intentar crear un mercado de derechos de emisión de gases contaminantes, una medida que de por sí beneficiaba a las corporaciones de combustibles fósiles y no iba a tener un gran impacto en el ambiente; esa medida al final fue desechada incluso antes de finalizar su paso por las dos cámaras legislativas, seguramente porque tampoco fue del gusto de las mismas corporaciones. No hay que olvidar tampoco la continua oposición de Biden a la política del Nuevo Pacto Verde (New Green Deal), cuyo objetivo era iniciar el proceso de transición energética, durante el cual se buscaba otorgar toda una serie concesiones a la clase trabajadora. Finalmente, en cuanto a política exterior, Biden ha tenido un papel preponderante como promotor de las intervenciones de Estados Unidos en las últimas décadas, así que no se debe esperar nada mejor en este aspecto más que se retome uno u otro acuerdo de la época de Obama. Joe Biden es claramente un candidato del ala más corporativa del partido demócrata, que tiene lazos con Wall Street y con las empresas privadas aseguradoras del sector salud y demás, un sujeto que realmente no despierta ningún tipo de emoción entre la gente.

Ante un partido demócrata que toma por sentado el voto de las minorías y de los trabajadores, no es sorprendente que en estas últimas elecciones, estos sectores de la población no se hallan visto orillados a votar solamente por aquel partido, por ejemplo: aún cuando Trump se haya referido a los inmigrantes mexicanos como delincuentes y violadores, aún cuando le ha dado guiños al supremacismo blanco en el país, aún con todas las denuncias de abuso sexual por parte de mujeres, aún con todo su expresar racista contra las personas del oriente asiático en el contexto del COVID-19, es sorprendente como en las elecciones del 2020 el apoyo por parte de estos sectores demográficos no disminuyó, sino creció. Estos resultados demuestran lo desconectado que está el partido demócrata con la realidad de la población estadounidense, un partido que lo único que tiene de “progresista” es su discurso. La gente no votó por Biden por su carisma o propuestas, la gente votó por Biden simplemente porque no era Trump. Lo sorprendente es que, como ya se mencionó anteriormente, Biden utilizó la misma estrategia fallida que Hillary Clinton de intentar convertir a votantes republicanos desencantados con el gobierno de Trump a su causa. De hecho el partido intentó atraer al electorado “moderado” anti Trump del partido republicano por medio de una campaña propagandística administrada por miembros “arrepentidos” de este último partido, bajo el nombre de proyecto Lincoln. ¿Cuáles fueron los resultados de esta magnífica estrategia? Bueno, pues Trump obtuvo un mayor porcentaje de votos republicanos en esta última elección comparada con la del 2016. Conclusión, el proyecto no sirvió para nada, más que para gastar millones de dólares.

Esta fuerte desconexión del partido demócrata con la realidad de la población estadounidense ha sido utilizada efectivamente por Trump y los republicanos para construir su movimiento neofascista, que parte de la alienación de un sector de la población ante el consenso neoliberal que ha sido promovido por ambos partidos, y es que en Estados Unidos existe una gran masa de gente blanca en zonas rurales y pueblos pequeños cuyas comunidades han caído en severa decadencia desde la adopción del neoliberalismo, comunidades que han visto cómo las grandes ciudades cosmopolitas prosperan mientras que sus localidades son destruidas por los efectos del nuevo modelo, en donde pequeños negocios que antes daban vida a estos lugares fueron comprados y desmantelados por inversionistas en busca de ganancias a corto plazo o simplemente destruidos económicamente en la competencia feroz con grandes corporaciones que caracteriza al periodo neoliberal. En estas comunidades se llega a vivir hasta en condiciones de pobreza, por lo que no es sorprendente que el discurso del partido republicano que les ofrece un enemigo fácil de imaginar, ajeno a su comunidad, como chivo expiatorio, y las teorías de conspiración que sustentan aquella narrativa, les da una razón convincente de su decadencia económica, contrario a las excusas del partido demócrata, y explica el por qué se ven comprometidos a votar por el partido republicano, quienes vienen a ofrecer toda una serie de políticas que esconden el verdadero problema de clase. De igual forma, trabajadores de aquellas zonas que antes del giro neoliberal eran poblados afluentes derivado de su actividad industrial (lo que ahora se conoce como el cinturón de óxido), pero que ante la competencia con empresas internacionales vieron su caída y subsecuente alienación, se han visto iluminados ante el discurso nacionalista de Trump que busca volver a reactivar a las industrias nativas. Claramente es sólo un discurso y en la práctica no mucho ha cambiado para los trabajadores, más que nada, las élites se han beneficiado de los recortes en los impuestos. El partido demócrata no ofrece nada a cambio, las élites económicas prefieren promover la teoría de que los inmigrantes se están “robando” los trabajos a aceptar su responsabilidad en el decaimiento de la sociedad a través de su acaparamiento de las ganancias en las actividades económicas y su ofrecimiento de trabajos con salarios y prestaciones míseras.

Pero que los trabajadores en estos momentos no parezcan combatir en su totalidad a las fuerzas reaccionarias no significa que su poder haya sido cooptado permanentemente por los capitalistas: Bernie Sanders, el precandidato socialdemócrata a la presidencia por el partido demócrata, había logrado mantener un fuerte apoyo por parte de la clase trabajadora en su momento, una coalición que al parecer se dividió en votos entre Biden y Trump. No sólo eso, sino que varias propuestas pequeñas pero que claramente favorecen a los trabajadores han salido victoriosas en previas elecciones, aún en regiones sumamente republicanas o por lo menos con una gran presencia de adherentes a este partido, por ejemplo: en el estado de Florida se ganó el voto para elevar el salario mínimo a $15 dólares, en ciertos condados conservadores de Wisconsin e Indiana ganó la propuesta de elevar los impuestos prediales para dar más fondos al sistema de educación pública y en el estado de Arizona ganó la propuesta de incrementar el impuesto sobre los ingresos de los más ricos del estado. Además, candidatos miembros o apoyados por la organización de Socialistas Democráticos de América (DSA), ganaron puestos en varias elecciones a nivel estatal como local en Nueva York, Pennsylvania, Minnesota, California y Washington D.C. Aunado a esto, contamos con que los últimos sondeos de opinión pública nos dicen que la mayoría de la población del país apoya la propuesta de “Medicare for All”, con la que se establecería un sistema público de seguro médico que acabaría con el sistema existente de seguros médicos privados que ni cubre a toda la población y que sirve para ensanchar los bolsillos de los capitalistas. Todos estos puntos revelan la falsa dicotomía de izquierda y derecha que los partidos existentes aseguran representar, y nos muestran que hay cierto apetito por parte de la población por medidas que vayan en contra de los intereses de los capitalistas, y en pro de los trabajadores, algo que deberá ser confirmado en los próximos años por las organizaciones socialistas.

Todo esto nos debe sugerir que la solución al problema de representación de los trabajadores en la política estadounidense sería simple y sencillamente la creación de un tercer partido que concentre las demandas de los oprimidos, pero la realidad es que esta tarea es bastante compleja y llena de trabas, de hecho, existe otra estrategia política, la de usar la estructura de los partidos ya existentes para promover candidatos de izquierda, pero esta estrategia también ha sufrido de varios reveses. Debido a la incertidumbre que rodea a estas dos vertientes, es necesario primero entender la organización de los partidos políticos en los Estados Unidos, ya que aunque se habla siempre del partido demócrata y republicano como partidos monolíticos, la realidad es sumamente distinta, y tiene que ver totalmente con las particularidades del sistema electoral del país.

En primera, los partidos políticos no cuentan realmente con una organización formal a nivel nacional que controle la membresía de sus partidos: el sistema es uno totalmente descentralizado e informal, en donde, por ejemplo, una persona cualquiera puede registrarse para votar en las elecciones internas de cualquier partido, en casi cualquier momento sin tener que pasar por ningún proceso inicial, de hecho, en ciertos estados es posible afiliarte al partido en el mismo día en que se vota por un candidato interno, y en algunos casos ni el registro es necesario para votar por los candidatos. Es más, podría decirse que aunque existe un sólo partido demócrata y uno republicano, las secciones estatales de cada uno de estos partidos llegan a reflejar ideologías algo distintas, dada la autonomía con la que cuentan. Por lo tanto, esto significa que no hay una ideología central que una a todas las secciones locales y estatales a través del país, y de hecho, alguien que ni siquiera es afín al espectro político que representa el partido puede entrar en las elecciones internas del partido como candidato y ganar la nominación. La realidad es que en este sistema los que llegan a imponer la agenda son los miembros que ya están en el poder, pero su influencia tiene límites. El hecho de que los partidos políticos pareciera que no tienen control sobre sus propias organizaciones es explicado por el papel del gobierno en éstas: las elecciones internas, así como las externas a los partidos, son reguladas en su totalidad por los gobiernos estatales, quienes le dan el carácter público a estos procesos. Aunado a estas particularidades, tenemos con que varias ciudades realizan ya por norma elecciones no partidistas para los cargos locales, en donde los candidatos participan justamente sin afiliación partidaria. Claro que la maquinaria del partido puede promover un candidato sobre de otro en sus elecciones internas, pero al final es el voto popular el que manda, en un sistema conocido como de elecciones primarias. Es gracias a este sistema que previamente candidatos de organizaciones de izquierda han llegado al poder en distintos estados utilizando a los partidos tradicionales como plataformas: la Liga No Partidaria (Nonpartisan League) utilizó en los 1910s la estructura del partido republicano en Dakota del Norte para llegar al poder en el congreso de ese estado. Lamentablemente estos intentos al igual que los intentos por formar un tercer partido han fracasado frecuentemente. Y es que al fin y al cabo, los dos partidos que están en el poder tienen todas las herramientas necesarias para reprimir el surgimiento de un tercer partido a través de medios legales, ya que prácticamente ellos son el sistema legal, y se unen para acabar con estos partidos.

El problema de crear un tercer partido, se debe a los requerimientos excesivos necesarios para que tan siquiera sus candidatos aparezcan en las papeletas, por ejemplo: se requieren decenas de miles de firmas en cada estado, pagar cuotas que llegan a ser bastante costosas para pequeños partidos, pasar por todo un proceso legal diseñado para desalentarlos, que cambia por estado, y toda una serie de trabas que los dos partidos ponen para consolidar su poder, que pueden reforzar en cualquier momento para evitar el surgimiento de un nuevo partido. De hecho, aunque un tercer partido logré pasar todos estos requerimientos, no tendrá los mismos beneficios que los partidos grandes hasta que capture un gran porcentaje de los votos. Otro punto que impacta la viabilidad de un tercer partido proletario, es la reticencia de los grandes sindicatos por dividir el voto del partido demócrata, ante su miedo de un triunfo republicano, y es por eso que, por ejemplo, el último partido que quiso representar a los trabajadores en las elecciones, el Partido del Trabajo (Labor Party), fundado en 1996, cayó después del año 2000. Todo esto nos deja ver que la estrategia electoral a usar para un partido proletario no es una decisión fácil, y se encuentra con todo tipo de restricciones que puede que sólo se vean en países dictatoriales.

Siguiendo con el tema del proceso electoral, mientras que el aparato propagandístico de Estados Unidos no se cansa de decirnos que es el país más democrático del mundo, la realidad es otra. Dejando por un lado el hecho de que la gran mayoría de inmigrantes indocumentados que trabajan y viven en ese país, y contribuyen a su prosperidad, no cuentan con el derecho a votar, contrario a lo que pasa en la mayoría de los países con un sistema de democracia representativa, el voto en las elecciones presidenciales de Estados Unidos es indirecto y no es proporcional al voto popular. Básicamente se vota por una serie de “electores” cuyo deber es votar en una fecha subsecuente por el candidato que gana el voto popular en su estado, como si el pueblo necesitara ser ayudado por oficiales para no votar mal. Cada estado cuenta con un número de electores, pero el voto final de estos no se divide equitativamente entre los candidatos votados dentro de ese estado, sino que el candidato que gana por voto popular un estado, se gana todos los electores de ese estado, aunque sólo haya ganado por un mínimo margen. Otro problema es que el número de electores por estado tampoco es equitativo: cada estado tiene cierto número de electores que es proporcional al tamaño de su población, a lo que se suma dos electores extra. Estos electores adicionales hacen que estados con poblaciones más pequeñas tengan mayor influencia sobre los resultados electorales al mantener más electores representando una menor cantidad de personas. Si con esto no era suficiente, en las elecciones presidenciales realmente solo se compite por una serie de estados pendulares (swing states), estados en los cuales las encuestas no arrojan un claro ganador, que cambian de elección a elección, y que sólo son un puñado de los 50 estados del país. Es en estos estados donde los candidatos centran sus campañas y a cuyas poblaciones intentan convencer con sus políticas, las poblaciones de los demás estados son tomados por sentado ya que cuentan previamente con una mayoría que por defecto prefiere a un partido sobre de otro. En efecto, las elecciones presidenciales sólo son elecciones para estos estados pendulares, mientras los demás carecen de valor para los candidatos.

Dado que son los electores los que deciden al final al ganador de la contienda, cabe decir que es posible que el candidato gane el voto popular pero no el voto de los electores, como pasó con George W. Bush en el 2000 y con Donald Trump en 2016. El sistema del colegio electoral, por el cual un conjunto de electores deciden el ganador de las elecciones, de hecho tiene sus orígenes en la época de la esclavitud, tomado como un compromiso entre el sur esclavizador y el norte para hacer valer el tamaño de sus poblaciones (tanto esclavos y no esclavos) en el cálculo del número de electores asignados por estados, dejando sin votar a los esclavos. Lo interesante es que la mayoría de la población ha apoyado su abolición por décadas, pero los partidos políticos lo han mantenido, aún cuando ellos mismos han perdido por culpa de este mecanismo, ya que permite que estos partidos concentren los electores y que se perpetúen en el poder, a expensas de un tercer partido entrante. Es necesario reconocer el poder de los medios en el sistema electoral, ya que no existe como tal una comisión que se encargue de dar los resultados preliminares, sino cada estado cuenta con una comisión que los cuenta. Es en diciembre cuando el colegio electoral se reúne para contar los electores y no es hasta en enero cuando el congreso se reúne para certificar las elecciones y declarar oficialmente un ganador. Es por esto que los medios llenan el vacío y fungen como un aparato gubernamental que hace la cuenta preliminar y proyecta al ganador. Claramente no es un proceso que ha estado exento de errores, como sucedió en el 2000 cuando se declaró como ganador a Al Gore en vez de a George W. Bush, y es preocupante que el pueblo no tenga control sobre estas empresas mediáticas, las cuales responden a privados en principio. Finalmente es interesante notar cómo es que las elecciones presidenciales se realizan en un día que no es de asueto, de hecho se realizan entre semana, como para desalentar que los trabajadores salgan a votar y que sólo la burguesía pueda presentarse a hacerlo.

En fin, ahora que ganó Joe Biden, se debe empezar a organizar hacia el futuro sin esperar algún cambio por parte del partido demócrata, partido que en estos momentos actúa como si el país ya hubiera regresado automáticamente a la época anterior a Trump, aquella época que de por sí no era ventajosa para los trabajadores. Este análisis triunfal es completamente erróneo y sumamente peligroso, ya que las condiciones bajo las que Trump llegó al poder siguen ahí: todo un segmento de la población alienado con los políticos existentes, aquellos que se han dedicado a llevar a sus comunidades a la decadencia. Es más, tal vez sea todavía temprano como para declarar completamente la victoria de Biden, ya que Trump está utilizando todos los recursos legales que tiene bajo la manga, favorecido por una suprema corte de justicia controlada por jueces conservadores, para declarar la elección como fraudulenta y quedarse en el poder, agitando a sus seguidores con cada declaración que realiza. Trump ya desde antes de las elecciones había empezado a socavar el proceso electoral: desde recortes deliberados al presupuesto del servicio postal para evitar que los votos por correo no transcurrieran, hasta intentos por parte de sus seguidores para impedir que la gente llegara las urnas y la colocación de urnas falsas para engañar a los votantes. No debemos olvidar que todavía faltan unos pocos meses para el cambio presidencial, y uno no sabe hasta dónde está dispuesto Trump por seguir en el poder. De hecho, puede que lo que le preocupe a Trump en estos momentos no sea tanto perder la presidencia en sí, sino perder su inmunidad, ya que ahora va a tener que enfrentar un sinfín de cargos legales derivado de sus actos corruptos y fraudulentos, que lo podrían llevar hasta a la cárcel. Y aunque los republicanos hayan perdido la presidencia, todavía tienen la oportunidad de capturar la mayoría en el senado, por lo que si de por sí iba a ser difícil que Biden mostrara la voluntad para pasar las reformas que propone, ahora podría ser prácticamente imposible. Es por todo esto, que ahora que se sacó al neofascista del poder, el pueblo trabajador no debe bajar su guardia, es ahorita cuando debe salir a las calles y obligar a que Biden cumpla todo lo que dijo hacer en pro del pueblo, y en todo caso organizarse para tomar el poder y acabar con la raíz del sistema capitalista global.


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