La Catástrofe climática es innegable. Los efectos se pueden sentir y ver en cualquier parte de mundo: sequías, inundaciones, el aumento de la temperatura global, etc. ¿Qué nos ha llevado a este punto? La respuesta es tan compleja o tan sencilla como se quiera ver. La sobreexplotación y la pésima distribución de los recursos, producto del sistema económico predominante; el capitalismo.
¿PERO CÓMO ES POSIBLE QUE LA CRISIS CLIMÁTICA CONTINUÉ SI VIVIMOS EN EL CAPITALISMO VERDE?
La idea del ecocapitalismo o capitalismo verde surge en 1960, en la primera Cumbre de la Tierra de Estocolmo en 1972 y concretándose en la firma del protocolo de Kioto en 1997, donde se popularizaron los mercados de carbono. Una simple excusa para mantener al sistema bajo la premisa contradictoria de “lograr” ser amigable con el ambiente. El capitalismo puede disfrazarse con los prefijos o sufijos ambientalistas que quiera, pero a lo largo de casi 50 años, la firma de convenios y protocolos no han sido una solución real.
Alrededor del mundo continúan muriendo personas de hambre, a pesar de que hoy se produce el doble de comida necesaria para alimentar a la población mundial. Cerca de 800 millones de personas vive con hambre y estas cifras se calcula que aumenten con la pandemia de COVID-19. Mientras hay alguien que compra un kilo de carne en 8 mil 500 pesos, hay familias que no les alcanza el dinero para comprar alimento.
Los países de “primer mundo” llevan sus empresas a los países pobres y con ello reducen las emisiones en sus territorios dando cumplimiento al protocolo de Kioto.
El tráfico de especies es el segundo negocio ilegal más redituable, sólo después del tráfico de armas, y sabemos que la demanda es de quiénes tienen el poder adquisitivo para comprar un jaguar hasta en 70 mil pesos.
Y la industria más contaminante de agua, la textil, sigue explotando la mano de obra barata en diferentes países con tal de reducir al mínimo sus costos de producción, usando material de muy baja calidad con el fin de que la ropa dure menos tiempo y la demanda de sus productos se mantenga. Ante esto, se han realizado regulaciones normativas, sin castigos ni sanciones por contaminar un recurso tan importante o someter personas prácticamente a la esclavizadas, impune e hipócritamente se expuso una carta en el 2018 conocida como “Carta de Kerenzerberg”, la cual firmaron empresas como Adidas, Puma, H&M, entre otras, en donde se “exhorta a asumir la responsabilidad de proteger el ambiente a través de tecnologías e innovación que combatan la contaminación del agua y el aire, eviten los productos químicos tóxicos, luchen por la diversidad de las materias primas y cuiden el bienestar animal”.
Es claro que las acciones que se han planteado para resolver un problema tan complejo, con múltiples aristas y de escala global, son claramente inútiles, sólo han prolongado la agonía de este planeta y también han logrado cobijar de los efectos a la clase dominante y minoritaria de la sociedad, la burguesía. Una minoría que nos ha llevado al borde del colapso, ya que su estilo de vida consume los recursos que pueden ser destinados a más personas. Ese 1% de la población mundial que acapara la riqueza económica y natural, es responsable de más del doble de las emisiones de gases de efecto invernadero que el 50% más pobre.
Mientras tanto, el 99% nos encontramos de cara al problema. Somos quienes se encuentran directamente afectados y a quienes intentan implantar la idea de que las soluciones individuales son suficientes. Se nos ha repetido que debemos dejar de usar popotes, bolsas de plástico y reemplazar nuestro cepillo de dientes por uno de bambú, e incluso se utilizan argumentos ecofascistas culpando a los pobres de la sobrepoblación, etc. Así, mientras nos miramos al espejo llenos de culpa por no reciclar, la burguesía sostiene ese espejo para evitar que miremos la comida desperdiciada en sus cadenas restauranteras, de supermercados y grandes fábricas, de las miles de hectáreas de selva destruidas por sembrar comida para ganado, del que se asesinan por millares al día de manera inhumana. Nos culpan de los deshechos plásticos del océano, cuando el volumen de redes de pesca industrial ocupa más de la mitad de esos residuos. Nos engañan con sellos “ecológicos” o “dolphin safe” cuando su extracción anárquica asesina delfines por ser la competencia que se come el producto sin pagar.
El capitalismo se ha encargado de sacar provecho económico de todas las luchas y movimientos sociales proteccionistas y progresistas, y la lucha ambiental no es la excepción. Agregar las etiquetas de “ecológico” y “sostenible” a un sinfín de productos y proyectos, con el objetivo de aumentar los precios para consumir un producto “orgánico” y ser parte de una solución inexistente, creyendo firmemente que está aminorando su impacto en el mundo.
Este sistema económico sólo funciona si hay crecimiento, y dicho crecimiento es posible sí mantiene la sociedad de consumo. Por lo anterior, las acciones individuales no tienen un efecto significativo y cualquier solución que se plantee será insuficiente mientras no se ataque el problema de raíz, que es el propio sistema de producción. Es imposible resolver un problema cuya solución es emitida por el culpable, en otras palabras, es imposible solucionar la crisis ambiental ocasionada por el capitalismo, dentro del capitalismo. Suena absurdo, pero es lo que se está haciendo y es por ello el incremento del daño sobre el equilibrio ecológico.
Por consiguiente, hacemos un llamado a que las acciones que se realicen a favor del planeta, como la huelga climática realizada a lo largo del mundo el pasado 24 de septiembre, sea la voz por el planeta, al mismo tiempo que se discute desde una perspectiva de clase, cuestionando cuál es nuestro papel en esta lucha y generando conciencia de los problemas ambientales y la imperante necesidad de organización que permita hacer frente contra ese 1%, ya la especie humana corre peligro de desaparecer, al igual que miles de especies más que poco a poco se suman en la lista de extinción.
Los capitalistas prefieren agotar hasta el último recurso antes que disminuir sus ganancias y estilo de vida, pero al final, el dinero no produce oxígeno, no es un alimento y los recursos tienen límites. No debemos esperar a que el capitalismo hunda consigo a la biodiversidad, incluida la humanidad. Debemos actuar ya.
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