LA DEVASTACIÓN NATURAL Y SOCIAL DE UN SISMO
El sismo del pasado 19 de septiembre que afectó duramente la Ciudad de México dejó al descubierto la corrupción y negligencia que impera en la construcción de inmuebles, corrupción que es responsabilidad de las instancias que han gobernado por años desde la jefatura de gobierno, los jefes delegacionales y las instancias correspondientes, que ceden a los intereses voraces de las empresas constructoras e inmobiliarias. Corrupción, que ha costado lamentablemente la pérdida de vidas y que cientos de familias pierdan sus hogares y patrimonio, aunado a los cuantiosos daños materiales.
Los sismos, son sucesos de la naturaleza que no puede predecir el ser humano, no sabemos cuándo, dónde y de qué magnitud ocurrirán, pero con el desarrollo de la tecnología, la investigación científica de estos fenómenos y la experiencia de sismos pasados es que sabemos hoy día responder de mejor manera para protegernos y prevenir desgracias de mayor magnitud, pero esto es algo que parecen olvidar las autoridades capitalinas, del gobierno federal y de todas aquellas instancias encargadas de vigilar y supervisar las construcciones actuales y antiguas.
A 32 años del 85 muchas son las enseñanzas, pocos los aprendizajes
El 19 de septiembre de 1985 un sismo de 8.1 grados golpeó duramente el llamado, en aquel entonces, Distrito Federal. Apenas pasadas las 7 de la mañana un fuerte movimiento azotó la ciudad derribando miles de edificios, casas, comercios, fábricas y negocios causando escenas de completa devastación, más de 10 mil muertes y cuantiosos daños materiales. Nuestro país, por su ubicación geográfica es considerado de alta sismicidad, aunado a los tipos de suelos que se ubican en el centro del país, cuyos orígenes fueron los de un gran lago, aumentan el impacto de cualquier movimiento sísmico.
A pocos minutos de ocurrido el temblor de 1985 las personas salieron a las calles masivamente para apoyar a la población en desgracia, se organizaron brigadas de remoción de escombros para poder salvar la mayor cantidad de vidas, para atender a los heridos, se implementaron grupos que apoyaban con alimento y agua a los rescatistas, otros más comenzaban a organizar campamentos emergentes para que las personas que habían perdido su hogar, pudieran pasar una noche bajo un techo por más ligero que fuera. La respuesta del gobierno local y federal fue torpe y lenta, las manos y cadenas humanas del pueblo duplicaban a las instancias gubernamentales interviniendo en las labores, la solidaridad del pueblo con el mismo pueblo fue una de las mayores enseñanzas que arrojó el suceso.
La gran cantidad de derrumbes y daños estructurales en edificios, casas, fábricas y comercios mostraron la nula existencia de una reglamentación exhaustiva para implementar construcciones y tecnologías adecuadas para una región de alta sismicidad, del mismo modo, se evidenciaron miles de carencias por parte de los cuerpos de rescate y la falta de preparación en la población para poder hacer frente a un suceso de esta magnitud.
La alta probabilidad de lo impredecible
De manera paradójica, dos horas después de haber realizado en todas la escuelas y edificios públicos y privados los simulacros de prevención ante un sismo y en una de las fechas más sensibles para los pobladores de la ciudad, ocurrió de nueva cuenta en un 19 de septiembre pero ahora de 2017 un movimiento sísmico de magnitud 7.1 y cuyo epicentro se ubicó a menos de 120 kilómetros de la Ciudad de México, de ahí la fuerza del impacto y el poco tiempo de reacción que tuvimos los habitantes del centro del país.
Una vez más se podía observar en las calles el pánico y miedo en la población, miles de personas se trasladaron de inmediato a sus hogares ante el cierre de instituciones educativas y centros de trabajo, aunque algunos fueron obligados a regresar a trabajar aunque no había las condiciones de seguridad garantizadas; la ciudad se saturó ante la suspensión momentánea de los servicios de transporte, lo que dificultaba el paso de los servicios de emergencia. Por la noche el apoyo del pueblo de México se desbordó en todos aquellos lugares donde habían ocurrido derrumbes. Una vez más el pueblo fue el primero en reaccionar y poner manos a la obra mientras la respuesta del estado era nula o mínima, una vez más el estado fue rebasado.
Las reglamentaciones que no se cumplen
Con las experiencias pasadas y después de años de investigaciones científicas es que se logra una normatividad para las construcciones en la Ciudad de México, el problema principal se ha centrado en que no existen mecanismos que obliguen a las constructoras e inmobiliarias a cumplir a cabalidad esa normatividad. La corrupción resulta ser una de los mayores aprendizajes de 1985. Las voces del gobierno vuelven a ser las mismas 32 años después: se revisará, se implementará, se hará, se castigará, pero en la realidad es que poco se espera de esas promesas gubernamentales y sobretodo de un marco que puedan obligar a cumplir esas normas que resultan en estrategias para preservar la vida, el trabajo y el pequeño patrimonio de la población trabajadora.
Las empresas constructoras e inmobiliarias han caído en el absurdo de ofertar departamentos con tecnologías anti sismos, pero que curiosamente, algunos de ellos colapsaron o quedaron severamente dañados en el sismo pasado, al grado de ser inhabitables. Cientos son ya las demandas interpuestas contra inmobiliarias por inmuebles que colapsaron o quedaron seriamente dañadas ya que son construcciones que oscilan entre 1 a 5 años.
Se empobrece la calidad de los materiales de construcción, se contrata muchas veces a personal no calificado para ahorrar así en mano de obra y que las constructoras tengan una mayor ganancia, la corrupción que impera cuando hay obras suspendidas ante irregularidades presentadas y que sospechosamente continúan sus labores sin cumplir con normas y requerimientos básicos, cambios de uso de suelo, remodelaciones en inmuebles sin que se hagan los dictámenes correspondientes para saber si es seguro.
Ante la tragedia el apoyo voluntario debe guiarse con organización
La población desbordó el apoyo a las zonas de mayores derrumbes, miles de manos removieron escombros, atendieron heridos y apoyaron en labores de acopio y traslado de víveres. En 2017, al igual que en 1985 la presencia del Ejército y Marina en muchos momentos obstruyó y entorpeció el trabajo, el pueblo trabajador demostró tener una profunda solidaridad con las personas que necesitaban ayuda.
Las situaciones de desastres naturales nos arrojan a dinámicas de apoyo y trabajo colectivo que a veces no suelen presentarse en el día a día, pero lo que también es real es que fenómenos de esta magnitud pegan más en las comunidades más pobres y marginadas del país, o en zonas de fábricas donde los trabajadores no cuentan con garantías mínimas de que su centro de trabajo son seguros, las tragedias golpean más a la clase trabajadora ante la corrupción que impera en las empresas constructoras e inmobiliarias en México.
Genoveva Alemán
¡Castigo a dueños negligentes y funcionarios corruptos!
El dinero para las campañas es de los trabajadores, ante la demagogia electoral ¡ni un peso a los partidos políticos!
¡Que se vayan los corruptos!
Deja un comentario