Osmany Juárez
“Todo progreso en la agricultura capitalista es un progreso en el arte, no de robar al trabajador, sino de robar al suelo.” (Marx K.,1867)
A mediados de marzo de 2025 el gobierno de México encabezado por Claudia Sheinbaum reafirmó la prohibición del cultivo de maíz transgénico, pese a las intentonas imperialistas de pasar por encima de la soberanía del pueblo mexicano, esta victoria es apenas un paso más en la defensa histórica que las/os campesinas/os mexicanas/os empobrecidos han hecho del maíz nativo.
México es centro de origen y domesticación de diversas especies, de entre ellas el maíz,el cual ha surgido del trabajo de nuestros pueblos, en un largo recorrido de al menos diez mil años, las campesinas y campesinos han sabido criar variedades de maíz adaptándolas a sus geografías, capaces de coexistir de manera armoniosa con otras especies, volviéndose pieza fundamental de nuestra identidad, del tejido de nuestras comunidades y por supuesto de nuestra alimentación.
Paradójicamente el lugar de origen del maíz, la cuna de su diversidad, se ve amenazada ante la presión del capital internacional, hasta hace unas décadas la autosuficiencia en cuanto al maíz consumido en nuestro territorio era una realidad, sin embargo año con año decrementa la producción de este grano así como la superficie que se dedica a su cultivo, mientras que la importación va en aumento. El 2024 tuvo la menor producción de maíz en los últimos 10 años: 23 millones 300 mil toneladas, mientras que la importación del mismo llegaba a máximos históricos: 23 millones 900 mil toneladas, convirtiéndonos en el mayor importador de maíz a nivel mundial.
En 1994 con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el campesinado mexicano fue arrojado de lleno a una competición desigual, este sector de por sí olvidado por los gobiernos de la democracia burguesa, se vió incapaz de hacer frente a las imposiciones del mercado internacional, que no hicieron otra cosa que sumir aún más en el rezago y la pobreza al campo mexicano, está lógica se repite con el ahora Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC).
Una de las consecuencias del TLCAN fue abrir las puertas al uso de organismos genéticamente modificados (transgénicos) en el campo mexicano, así como a priorizar el comercio exterior por sobre las necesidades nacionales. Esta imposición que únicamente beneficia a las grandes transnacionales del agro fue encarada desde el inicio por aquellas que son guardianas/es y defensoras/os del maíz nativo, quienes dependen de él: las y los campesinos. Sin la menor consideración de las consecuencias que pudiera acarrear la implementación de los transgénicos y con el beneplácito de los gobiernos de la burguesía, las grandes empresas (Bayer, Syngenta, Corteva y Basf) han forzado su implementación, nunca libre de resistencia.
El gobierno de López Obrador representó para el campesinado la materialización parcial de algunas de sus demandas, entre ellas la de su lucha contra el uso de transgénicos, así como el empleo de otros productos agrícolas cuya inocuidad no ha sido confirmada o bien han sido evidenciados como productos dañinos para la salud humana y el ambiente. Es fundamental analizar está dinámica con perspectiva de clase, ¿Por qué los campesinos usamos semillas transgénicas, pesticidas y abonos sintéticos? Lo cierto es que no es una elección, es la única alternativa a la que se nos ha orillado por medio de la coacción, frente al cambio climático (causado por la producción capitalista), aunado con el abandono del campo y un mercado injusto. De la mano de aquellos que han generado esta crisis, se nos vende como remedio aquello que no hará sino agravarla. Es la única alternativa que muchas/os encuentran para lograr subsistir siendo campesinas/os en un campo arrasado que siempre ha dado todo y que ha recibido sólo despojo.
Cómo campesinos revolucionarios no estamos en contra del avance tecnológico y científico, ni buscamos el regreso a un pasado que nunca fue idílico, pero nos negamos a la falacia de una ciencia neutral, cuando esta está secuestrada por la lógica del capital y por tanto prioriza la ganancia por encima del bienestar humano y natural. El uso de transgénicos y agrotóxicos fue impuesto como un yugo para someter al campo mexicano y fue defendido con uñas y dientes, apelando a tratados internacionales, buscando dar mayor peso a estos que las propias legislaciones nacionales, es decir priorizando los intereses de la burguesía internacional, por encima de las necesidades de las y los mexicanos.
Gracias a la lucha sostenida de los pueblos de México hoy tenemos abierta una brecha que nos exige no retroceder ni un poco, sino aumentar el empuje de nuestra pugna. En toda América Latina el campesinado ha sido y seguirá siendo motor esencial de las transformaciones sociales, en su alianza fundamental con la clase obrera. Los transgénicos impuestos por las transnacionales nunca tuvieron evidencias sólidas de ser la salida a la crisis alimentaria, sin embargo han sido contundentes las evidencias de la contaminación genética de cultivos nativos a causa de esta invasión, es decir del riesgo de la pérdida de nuestra diversidad, recurso fundamental para nuestra subsistencia en el marco de la actual crisis climática.
La conquista de una verdadera soberanía alimentaria será únicamente posible en las manos de quienes aran la tierra, solo las y los campesinos empobrecidos, en alianza con las obreras y obreros pueden subsanar las necesidades de la mayoría por sobre los intereses de unos pocos. Cómo campesinas/os estamos en estrecho vínculo con nuestra tierra y nuestras semillas, en ellas se condensa nuestra identidad, nuestros afectos, nuestro sustento (el de todas y todos). Es por ello que llamamos al conjunto de la clase trabajadora a defender nuestro maíz nativo y con ello nuestra diversidad, a revalorizar el trabajo del campo, combatiendo su precarización y exigiendo para él los recursos necesarios que le permitan desarrollarse plenamente, de manera colectiva y organizada, llamamos a las/os profesionales del campo a aunar esfuerzos, a crecer el conocimiento y la práctica agrícola desde el diálogo respetuoso; que permita integrar los avances sin desconocer los saberes que hemos atesorado por milenios. La defensa de nuestro maíz y del campo es una declaración de soberanía, el trabajo de nuestra tierra la prueba irrefutable de que es nuestra clase la que sostiene y alimenta al mundo y por tanto somos quienes merecemos este mundo, para revolucionarlo y preservarlo.
¡Por la defensa del maíz nativo!
¡Por la valorización del trabajo campesino y el desarrollo del campo mexicano!
¡Por la conquista de la soberanía alimentaria!
¡Abajo el TMEC!
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