Osmany Juárez
Expresiones como precarización laboral o flexibilización, nos parecían lejanas para aquellas/os que aún no estábamos integrados al mercado laboral hace algunos años. Aquellos que provenimos de la clase trabajadora pero que hemos logrado acceder a la formación universitaria, confiábamos en alcanzar un destino similar al de las generaciones que nos precedieron, uno que augurase certidumbre. Para muchas y muchos jóvenes el formarse como profesionales en distintas áreas significaba el lograr diferenciar la situación de otras y otros jóvenes provenientes de la misma clase, pero cuyo camino los llevaba al trabajo en la informalidad o a trabajos precarios supuestamente justificados en su nivel de formación. Lo cierto es que hemos visto disuelta esa expectativa de manera acelerada en los últimos años, esas ilusorias fronteras entre la juventud han sido borradas de tajo, evidenciando así lo que de por sí era cierto; provenimos de una sola clase; la de las y los trabajadores, y los yugos que oprimen a las/os jóvenes de nuestra clase han tendido a la homogeneidad. Lo que hasta hace unos años eran términos sombríos pero más o menos distantes, son ahora una realidad palpable, cotidiana, y aún más riesgoso; normalizada.
Pareciera que hablar de precarización laboral es referirnos a la tara propia de la juventud, a la marca de nuestras generaciones, cuyos brazos se extienden hacía cada faceta de nuestras vidas, expresándose en malestar, malestar en lo económico, en lo físico, en lo emocional, en lo social. En ocasiones no nos queda claro qué es aquello que no funciona correctamente, pero sabemos que algo no está bien, en ocasiones la atención logra ser desviada y terminamos creyendo que somos nosotros las/os que no “funcionamos”, sin embargo si es el mundo el que determina la consciencia y estamos conscientes de nuestro desasosiego, ¿de dónde viene este cúmulo de malestares? Atribuir todos los males de la juventud a un solo origen sería pecar de ingenuos, sobre todo en un contexto como el mexicano donde la vida se ve amenazada desde múltiples frentes, por este momento centremos nuestra atención en lo laboral. La precarización laboral librada de eufemismos refiere a un riesgo sobre la supervivencia de las y los trabajadores, proveniente de la inexistencia de condiciones socioeconómicas mínimas que garanticen una vida digna para ellas/os y sus familias. El acceder a un trabajo “seguro” por buscar en el argot popular un antónimo de precario; significaría que éste posibilitará una remuneración suficiente para cubrir las necesidades básicas de las y los trabajadores, que garantizará el acceso a servicios de salud, vacaciones, incapacidades, aguinaldos y otros etcéteras que hoy para la juventud son una imposibilidad y suenan más bien a historias de un tiempo pasado que no es el nuestro.
En la constitución mexicana el artículo 123 habla del derecho a un trabajo digno y de la relación que debería existir entre los salarios y el costo que implica cubrir las necesidades de las y los trabajadores, a pesar de los recientes aumentos en el salario mínimo estas garantías siguen quedando en el terreno de lo ideal. Y como es distintivo de las democracias burguesas, sobre las leyes mexicanas se imponen las leyes del mercado internacional, sobre el bienestar de las/os trabajadoras/os, las ganancias de la burguesía. De manera progresiva y al amparo de los distintos gobiernos neoliberales se han desmantelado aquellas estructuras que proveían de cierta protección social a las/os que laboraban en la formalidad, la juventud que recién ingresa al terreno laboral entra a un descampado, donde la única opción es elegir entre diferentes expresiones de precariedad, en el caso de los trabajos formales la moneda corriente para nuestras generaciones es la insuficiencia salarial, la temporalidad limitada de los contratos (con un objetivo claro), la reducción en el acceso a derechos laborales y protección social, así como una dinámica de organización laboral que favorece el control y la continuidad de la precariedad. Esta constante embestida contra la clase trabajadora ha acorralado a la juventud por medio de la flexibilización, obligándole a renunciar dentro del mercado de trabajo a sus costumbres y garantías, no dejando otra opción que adaptarse a las nuevas circunstancias, contantemente desfavorables.
Al respecto algunas cifras que proporcionan elementos para dimensionar este escenario, podemos mencionar que en México cerca del 25% de la población somos jóvenes (alrededor de 31 millones), de los cuales al menos 15 millones (de entre 15 a 29 años) tenemos un empleo remunerado, sin embargo cerca del 60% de estos trabajos se realizan en la informalidad, lo cual implica que dichas actividades estén desprovistas de prestaciones, pero en el terreno de la formalidad el panorama no es más alentador pues al menos el 50% de aquellas/os que laboramos en la formalidad carecemos de seguridad social, estabilidad y prestaciones. Las condiciones que han logrado imponer en pro de los intereses de la burguesía es el óptimo para proteger sus ganancias, que como lo hemos dicho se mantienen a costa de las y los trabajadores, asegurándose además un ejército de reserva de casi 3 millones de jóvenes desocupados, reserva que se ha engrosado con la/os más de 440 mil trabajadoras/es jóvenes que han perdido su empleo desde marzo del 2020 en el contexto de la pandemia de COVID 19.
Es así como la juventud se encuentra se encuentra sumida en una profunda incertidumbre, vinculada sin duda a la realidad a la que se enfrenta, donde la falta de perspectivas parece ser la norma justificada, pero es así porque en muchas ocasiones hemos aceptado como inalterable un destino impuesto, olvidamos muchas veces que nuestra falta de seguridad laboral no es sino la consecuencia de las batallas perdidas, pero que como juventud somos parte de una lucha más amplia, constante, que a pesar del desasosiego seguimos siendo parte fundamental de la historia, esta historia que no es sino una lucha de clases. Que como jóvenes trabajadoras y trabajadores la necesidad de luchar por condiciones dignas de trabajo es impostergable y que esa lucha por trabajos dignos se traduce en la búsqueda de las condiciones necesarias para nuestro bienestar, para un desarrollo real de nuestras capacidades, más allá de este hastío cotidiano. Esta lucha no se puede librar de otro modo que colectivamente, desde la organización de nuevos sindicatos y recuperando las viejas organizaciones a la lucha, desde la unión como mujeres y hombres jóvenes pertenecientes a la clase trabajadora.
¡Contra el outsourcing y la precarización laboral! ¡Por la conquista de condiciones dignas de trabajo!
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